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Carlos y Alejandro González: los mexicanos encerrados en Alligator Alcatraz

22 julio, 2025 12:20 pm



En medio del pantano, donde el calor se mezcla con el zumbido de los insectos y el lodo huele a encierro, se levanta el centro de detención migratorio Alligator Alcatraz. Ahí, entre 3 mil almas sin juicio y sin nombre, están Carlos y Alejandro González, dos hermanos mexicanos que ahora duermen con un ojo abierto bajo la mirada acechante de los caimanes, de los custodios, del sistema.

Carlos tiene 26 años y llegó a Estados Unidos con una visa de turista, buscando respirar un aire distinto tras el duelo por su madre muerta. Alejandro está casado con una ciudadana estadounidense. Los dos fueron detenidos en Florida por una infracción de tránsito menor, según reportes, a bordo de un auto con presunta falta de registro. Pero lo que parecía un episodio trivial terminó con esposas, barrotes y silencio.

Desde el 7 de junio, el día que la patrulla de caminos detuvo a Carlos, la familia González vive una pesadilla sin horario. Lo detuvieron, le pusieron un hold migratorio y lo enviaron directamente a la prisión construida en tiempo récord —o en tiempo electoral— por Donald Trump, ese mismo que se burló de los migrantes durante su inauguración: “Les enseñaremos cómo huir de un caimán”.

Pero no hay huida posible. Ni juicio. Ni defensa. Ni siquiera un número de caso. La abogada Andrea Reyes, del Programa de Asesoría Legal a Personas Mexicanas (PALE), advirtió que Carlos y Alejandro no han sido procesados formalmente. La cárcel no pertenece a la autoridad federal de migración (ICE), sino al estado de Florida, lo cual significa que están atrapados en un limbo legal sin rostro ni expediente. No pueden recibir visitas, no tienen acceso a su abogada ni a representantes consulares.

El padre de los jóvenes, Martín González, se reunió con el cónsul de México en Orlando, Juan Sabines Guerrero. Fue ahí donde se encendió la alarma: la posibilidad de violaciones graves a los derechos humanos de sus hijos. Sabines pidió que se evalúe emitir una alerta de viaje para mexicanos que deseen visitar Orlando. Mientras tanto, la presidenta Claudia Sheinbaum instruyó a los consulados de Orlando y Miami a seguir el caso de cerca. Pero los barrotes siguen cerrados.

En voz baja y con el corazón encogido, la Cancillería ha reconocido que hay por lo menos 14 mexicanos detenidos en este centro de detención, rebautizado por los activistas como el “Guantánamo migrante”. Cámaras de seguridad, alambre de púas, seguridad armada hasta los dientes. Y caimanes. Siempre los caimanes, como símbolo y amenaza.

“Mi hijo no cometió un crimen. Tenía una visa. No le permiten nada, no tiene defensa”, dijo el padre en entrevista con Univisión.

Pero eso parece no importar. Porque ser mexicano en tierra de caimanes es, por sí solo, un acto criminal. Y en Alligator Alcatraz, la ley es apenas una palabra flotando entre mosquitos, sudor y desesperanza.

México dice que exige. Que acompaña. Que alza la voz. Pero en los pantanos de Florida, el eco de esa voz no rebota. Se hunde. Como tantos cuerpos, como tantas historias. Como si nunca hubieran existido.





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