
Trump retira a EE.UU. de la UNESCO: el multilateralismo en la mira

El presidente Donald Trump ha decidido volver a encender el viejo pleito con la comunidad internacional. Esta vez, Washington anunció que se retirará de la UNESCO —la agencia de la ONU encargada de promover la educación, la cultura y la ciencia— a partir del 31 de diciembre de 2026. La razón oficial: permanecer en ese organismo “no responde al interés nacional” de Estados Unidos. La no tan oficial: porque la política exterior de Trump es una mezcla de aislacionismo y nacionalismo populista que prefiere dinamitar los puentes antes que ceder terreno simbólico a eso que tanto detesta: el multilateralismo.
No es la primera vez. En su primer mandato (2017-2021), Trump abandonó la OMS, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el Acuerdo de París, el pacto nuclear con Irán y, sí, también la UNESCO. Joe Biden regresó a todas esas instancias en cuanto asumió el cargo. Pero ahora, con el regreso del republicano al poder, el péndulo ideológico de la diplomacia estadounidense ha oscilado otra vez hacia el repliegue.
El argumento de la Casa Blanca es conocido: la UNESCO promueve “causas sociales y culturales divisivas” —léase: derechos de minorías, equidad de género, sostenibilidad— y mantiene una “agenda globalista” que contradice el lema de “America First”. En el centro del discurso, como siempre, está Israel. Washington acusa a la organización de albergar una retórica antiisraelí, especialmente tras admitir al Estado de Palestina como miembro pleno en 2011. Israel, por cierto, celebró la salida como un triunfo diplomático.
Lo interesante no es tanto la decisión —ya esperada— sino lo que revela sobre la visión que tiene Trump del mundo: una donde las instituciones multilaterales son sospechosas, si no directamente enemigas, del interés nacional estadounidense. Y, por supuesto, una donde ese “interés” se define de forma unilateral, sin consenso, sin matices, sin aliados.
La directora general de la UNESCO, Audrey Azoulay, lamentó la decisión pero señaló que el organismo ya estaba preparado. Desde la primera retirada de Trump en 2017, la agencia diversificó sus fuentes de financiamiento: la contribución estadounidense, que alguna vez representó el 22% del presupuesto regular, hoy equivale apenas al 8% del total. “La UNESCO no se debilita con esta salida”, dijo Azoulay, “pero sí se empobrece el diálogo”.
Y es que lo que está en juego no es un porcentaje presupuestario ni una silla más o menos en una asamblea. Lo que se erosiona con estas decisiones es la confianza en que el mundo puede —y debe— resolver sus grandes desafíos de manera colectiva. Trump, como Reagan en los ochenta, apuesta a lo contrario: a que cada quien jale por su lado, a que el poder bruto imponga su lógica.
Quizá lo más preocupante no sea el retiro de Estados Unidos, sino la normalización de ese repliegue. Porque cuando el país más poderoso del mundo se declara en huelga de cooperación internacional, deja un vacío. Y los vacíos, como enseña la historia, siempre se llenan. A veces con liderazgo… y otras con caos.