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Tsunami en el Pacífico: una alerta que funcionó

30 julio, 2025 3:09 pm



El pasado 30 de julio, el mundo volvió a estremecerse. Esta vez, literalmente. Un poderoso terremoto de magnitud 8.8 sacudió las profundidades del océano frente a la península rusa de Kamchatka, reavivando un fantasma que desde hace décadas ronda a las costas del Pacífico: el tsunami.

La magnitud del sismo lo coloca en el top 10 de los más fuertes jamás registrados por el Servicio Geológico de Estados Unidos. Igualó, por ejemplo, al ocurrido en Chile en 2010 y al de Ecuador-Colombia de 1906. Pero más allá de los números y las estadísticas —que son impresionantes por sí solas—, lo verdaderamente relevante es cómo ha cambiado el mundo desde el tsunami del Índico en 2004, ese que mató a más de 250 mil personas y puso en evidencia la precariedad de los sistemas de alerta.

Afortunadamente, esta vez la historia fue distinta. Y lo fue porque las autoridades sí aprendieron.

En cuanto se detectó el sismo, las alarmas se encendieron a lo largo del anillo de fuego del Pacífico: Rusia, Japón, Estados Unidos, Canadá, México, Colombia, Perú, Chile… Todos activaron protocolos, emitieron alertas de tsunami, evacuaron zonas costeras. En México, por ejemplo, la Coordinación Nacional de Protección Civil y la Secretaría de Marina previeron olas de hasta un metro de altura desde Ensenada, en Baja California, hasta Puerto Chiapas. Las alteraciones comenzaron a sentirse en la madrugada del miércoles 30 de julio, tal como lo habían estimado los especialistas.

¿Se cumplió la predicción con exactitud quirúrgica? No. Algunas olas fueron más pequeñas de lo previsto. En Hawái y California, por ejemplo, apenas se notaron. Pero eso no es un error del sistema, sino un recordatorio de lo que la ciencia aún no puede controlar del todo: la topografía del fondo marino, la forma de la costa, la marea en el momento exacto del impacto.

Los tsunamis no son como una ola que uno ve venir y puede surfear. Son fenómenos gigantescos que desplazan la columna completa del océano a velocidades de hasta 800 kilómetros por hora. En alta mar, la ola es imperceptible. Pero al llegar a la costa, esa energía se transforma en una muralla líquida que arrasa con todo a su paso.

Por eso, aunque algunos se pregunten si valía la pena evacuar por una ola que apenas alcanzó los 30 centímetros, la respuesta debe ser un sí rotundo. Porque lo que se evita con un buen sistema de alerta no es el espectáculo, sino la tragedia.

La historia del sismo de Kamchatka no es solo una de fuerza telúrica, sino también una de prevención. Y en un mundo cada vez más expuesto a riesgos naturales, eso es una buena noticia. Las alarmas sonaron. Las autoridades actuaron. Y, lo más importante, la población respondió.

Esta vez, el mar no cobró vidas. Ojalá siempre sea así.





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