
12 años de prisión para expresidente de Colombia, Álvaro Uribe
El ocaso del patriarca de la derecha colombiana

BOGOTÁ.– Una sentencia dictada en voz firme pero sin estridencias selló el destino de Álvaro Uribe Vélez, el expresidente que durante años gobernó Colombia como si fuera una hacienda suya, al estilo de los viejos gamonales antioqueños. Doce años de prisión domiciliaria, una multa de 820 mil dólares y la inhabilitación para ejercer funciones públicas por casi una década han convertido a Uribe no sólo en el primer exmandatario colombiano condenado por la justicia, sino también en un personaje literario de su propia tragedia.
Políticamente Álvaro Uribe Vélez y el Centro Democrático han muerto. pic.twitter.com/6UBAUg2BRV
— X Post 1A (@XPost1A) August 1, 2025
El veredicto, leído por la jueza Sandra Liliana Heredia desde un despacho bogotano con más historia de impunidad que de justicia, fue el punto culminante de un proceso que tardó trece años en develar lo que en las calles, en los campos y en los pasillos del poder ya se murmuraba como un secreto a gritos: que Uribe no solo combatía al crimen, sino que lo utilizaba como espejo, disfraz y herramienta.
La historia, como suele ocurrir en América Latina, comenzó con un intento de silenciar. Uribe acusó al senador Iván Cepeda de fabricar testimonios falsos en su contra. Pero la Corte Suprema, como un relámpago que sorprende en la calma, descubrió que era Uribe quien tejía con hilos de poder y promesas turbias la red para manipular testigos. El más célebre de ellos, Juan Guillermo Monsalve, un exparamilitar que conocía los secretos de la finca presidencial, no aceptó el soborno, y la verdad —esa criatura escurridiza— comenzó a emerger.
Quienes aún defienden a Uribe alegan que es víctima de una persecución política, mientras que sus detractores, muchos de ellos sobrevivientes de una guerra sucia que desangró al país durante décadas, celebran el fallo como una forma tardía, pero no por ello menos significativa, de justicia.
Gracias jueza Sandra Heredia por meterle 12 años de cárcel al criminal más peligroso de Colombia Álvaro Uribe Vélez. Usted se ha convertido en una leyenda viviente. pic.twitter.com/pDh1jpi9Xi
— X Post 1A (@XPost1A) August 1, 2025
En el fondo, esta condena no sólo es jurídica: es histórica. Porque Álvaro Uribe, con su cara de niño y alma de alfil, fue durante años el símbolo viviente de una Colombia que, en nombre del orden, permitió que las balas fueran la ley y los desaparecidos una estadística.
Durante su presidencia, las Autodefensas Unidas de Colombia — ejércitos privados de la muerte financiados por ganaderos y políticos— actuaron con impunidad, y aunque muchos fueron extraditados o desmovilizados, el tejido de terror que dejaron sigue presente en muchas regiones. Una Comisión de la Verdad determinó que fueron responsables de más del 45% de los asesinatos en el conflicto armado. Más de 200 mil muertos como rémora de un país que confundió seguridad con venganza.
Uribe siempre negó vínculos con el paramilitarismo. Pero lo cierto es que su gobierno, su partido —el Centro Democrático— y buena parte de su entorno político nacieron en las cunas calientes de ese conflicto. Hoy, mientras sus abogados preparan una apelación que difícilmente borrará trece años de sombras, el uribismo enfrenta su hora más baja justo en la antesala de las elecciones presidenciales.
En un continente donde los dictadores suelen morir en sus camas y los corruptos se vuelven conferencistas, la caída de Uribe no sólo es insólita: es poética. Como si por fin, en el laberinto de la historia latinoamericana, el Minotauro encontrara su condena no a manos de héroes ni mártires, sino de una jueza sin rostro y con expediente.
La justicia a veces parece un mito, pero cuando llega, llega.