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Robert Redford: el cine como un acto de rebeldía y naturaleza

17 septiembre, 2025 11:19 am



Murió Robert Redford. El dato duro: 16 de septiembre de 2025, 89 años, en su refugio de Utah. Lo demás es contexto, y qué contexto. En seis décadas Redford no solo fue galán de Hollywood, ni únicamente director premiado, ni tampoco simple fundador de un festival. Fue todo eso a la vez. Y algo más: un hombre que supo convertir el arte en una forma de resistencia frente al sistema.

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Redford encarnó el tipo de estrella que Hollywood ya casi no produce. Guapo, sí, pero también inconforme. Su carrera lo demuestra. En Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969) construyó la figura del bandido encantador. En All the President’s Men (1976), la del periodista obsesionado con destapar la corrupción. No se conformó con ser un rostro bonito: eligió papeles incómodos, personajes que cuestionaban la autoridad. En los setenta fue, junto a Newman, Hoffman y Nicholson, parte de una generación que le dio a la industria un aire más político, más humano.

Pero el actor entendió algo que pocos colegas procesan a tiempo: la pantalla no basta. El poder real está detrás de la cámara. Ganó el Oscar como director con Ordinary People (1980), una cinta que, lejos de la pirotecnia hollywoodense, exploraba silencios familiares y dolores íntimos. Desde ahí, su brújula creativa estuvo orientada a historias incómodas y necesarias.

Ordinary People (1980)

El otro gran pilar de su legado se llama Sundance. Lo que comenzó como un terreno en Provo Canyon, donde construyó su cabaña, se transformó en la plataforma de cine independiente más influyente del planeta. Allí debutaron Soderbergh, Tarantino y tantos otros que reconfiguraron el lenguaje fílmico. Redford no solo creó un festival: fabricó un ecosistema donde los “raros” del cine tenían cabida. Un refugio para los que no querían filmar la típica comedia romántica o el blockbuster de superhéroes. Sundance demostró que con bajo presupuesto, pero con buenas ideas, se podía transformar el cine global.

Su compromiso no se limitó al séptimo arte. Fue ambientalista cuando todavía sonaba hippie preocuparse por los ríos o las montañas. Habló de derechos indígenas, de diversidad, de cambio climático. Usó su fama para incomodar políticos y corporaciones. Y eso, en un país como Estados Unidos, tiene costos. Redford los asumió con la misma serenidad con la que pescaba en los riachuelos de Utah.

Ordinary People (1980)

En lo personal, conoció tanto el éxito como la tragedia: matrimonios, hijos, pérdidas irreparables. Jamás dejó de reinventarse. En 2019 todavía apareció en Avengers: Endgame, como si quisiera recordarnos que también sabía jugar con las reglas del mainstream.

Redford fue, al final, un hombre de paradojas: estrella y outsider, activista y empresario, director de estudio y promotor de cine artesanal. Quizás por eso su muerte pesa tanto. Porque se va alguien que hizo de la contradicción un motor creativo.

Su legado es evidente: un cine que respira libertad y naturaleza, que se atreve a contar historias pequeñas con ambiciones gigantes. Y en estos tiempos de algoritmos y franquicias infinitas, la pregunta que queda flotando es inevitable: ¿quién recogerá la antorcha de Robert Redford?





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