
Kristin Cabot por fin habla del escándalo del concierto de Coldplay
Redacción
Cinco meses después del episodio que la convirtió en protagonista involuntaria de un escándalo global, Kristin Cabot decidió hablar. Lo hizo en The New York Times, no para justificarse, sino para explicar el costo personal que tuvo una escena de segundos captada por la “kiss cam” durante un concierto de Coldplay en Boston. Una imagen viral, una narrativa simplificada y una vida puesta en pausa.
Cabot, exjefa de Recursos Humanos de Astronomer, reconoce que aquella noche cometió un error. Un par de bebidas, la euforia colectiva y un momento mal calculado bastaron para detonar una tormenta. “Tomé una mala decisión”, admite. Subraya, sin embargo, que antes de ese instante no existía una relación romántica con su entonces jefe, Andy Byron. La precisión no es menor: en la era de las redes, los matices suelen desaparecer.
La escena ocurrió el 25 de julio, en un contexto personal complejo. Cabot atravesaba un proceso de divorcio y había decidido salir con amigos para despejarse. Ese mismo día supo que su expareja también asistiría al concierto, un detalle que en su momento pareció irrelevante, pero que adquirió otro peso cuando las cámaras del estadio la enfocaron. El problema no fue sólo laboral; fue íntimo y familiar.
Tras la viralización del video, Cabot y Byron discutieron cómo reportar lo sucedido a la empresa. Pero la discusión interna fue rápidamente rebasada por la exposición pública. A la preocupación por su carrera se sumó el temor por la reacción de sus hijos y de su entorno más cercano. La lógica del escándalo no distingue jerarquías ni contextos: arrasa.
Las consecuencias, relata, se extendieron durante semanas. Insultos masivos en redes sociales, señalamientos en espacios públicos y un clima de hostilidad que afectó directamente a su familia. Sus hijos adolescentes, cuenta, comenzaron a temer salir a lugares abiertos. La violencia verbal se transformó en algo más inquietante cuando algunos mensajes incluían referencias precisas a sitios que ella frecuentaba cerca de su casa.
Cabot renunció a su puesto y asumió el costo profesional de aquella noche. Byron también dejó la empresa. Durante un tiempo mantuvieron contacto para enfrentar las consecuencias laborales y mediáticas del llamado Coldplay gate, pero en septiembre decidieron cortar comunicación. Hoy no tienen relación.
Romper el silencio, explica, no busca reescribir la historia, sino dejar una lección. Para sus hijos, sobre todo. Se puede fallar, dice, y pagar un precio alto. Lo que no debería normalizarse es el linchamiento.







