
Ana Karen Sotero Salazar, la joven que interpeló a los diputados

El martes 12 de agosto de 2025, en el solemne recinto del Congreso de la Ciudad de México, un acto protocolario se convirtió, de pronto, en una escena de denuncia. Ana Karen Sotero Salazar, 23 años, galardonada con el Premio de la Juventud, rompió con la liturgia habitual de los discursos agradecidos y complacientes. Su voz, lejos de buscar el halago, apuntó directamente a quienes la escuchaban —o, más precisamente, a quienes no lo hacían—.
Ana Karen Sotero Salazar, Premio de la Juventud 2025 en la #CDMX, reclamó a diputados del @Congreso_CdMex que no le pusieran atención mientras daba su discurso. #TribunaNoticias 🗣️ pic.twitter.com/iDuzR0c4ol
— Tribuna Noticias (@NoticiasTribuna) August 13, 2025
“Me parece una falta de respeto que estando aquí, incluso recibiendo el premio, no nos hagan caso”
Dijo, interrumpiendo la cómoda indiferencia de varios legisladores que conversaban entre sí. No se trataba de una queja menor: Sotero Salazar, acompañada de otros jóvenes distinguidos por sus logros académicos y científicos, usó su momento en la tribuna para acusar a la clase política de un desdén crónico hacia la juventud.
En su intervención enumeró problemas que, en un país fatigado por las promesas incumplidas, suenan a estribillo: la inseguridad creciente, la precariedad laboral, la falta de acceso a la salud y a una educación capaz de abrir verdaderas oportunidades. Pero lo más punzante fue su referencia al crimen organizado. Con voz firme recordó que proviene de San Isidro del Cobradero Labrador, comunidad arrasada por el narcotráfico y el silencio oficial. “México también está siendo oprimido”, advirtió, reclamando medidas drásticas que, hasta ahora, nadie se ha atrevido a tomar con eficacia.
El fondo de su discurso trasciende la anécdota: el narcotráfico, como han señalado analistas y organismos internacionales, no es solo un desafío policial, sino una amenaza directa a la democracia. Se infiltra en instituciones, crea zonas donde el Estado desaparece, corrompe autoridades y recluta, cada vez más jóvenes, en un ciclo que se repite desde hace décadas. El fracaso de las políticas públicas para frenar este fenómeno ha erosionado la confianza ciudadana y multiplicado la sensación de abandono.
Sotero Salazar no recurrió a tecnicismos ni cifras; habló desde la experiencia y el agravio. Su exigencia fue elemental: escuchar. “Respeto… no se da desde el paternalismo, se da desde la lucha, el enunciamiento, la crítica”, proclamó antes de cerrar con un llamado que evocó consignas de otros tiempos:
“¡Juventud de México! ¡Hoy y siempre seremos revolucionarios!”.
Los aplausos que siguieron no borraron el retrato que había pintado: un Congreso ensimismado, incapaz de responder a quienes deberían ser el centro de sus políticas. En el eco de sus palabras quedó la impresión de que aquella ceremonia no pasará a la historia por el premio entregado, sino por la bofetada verbal que una joven de 23 años le propinó, sin temblar, al poder.