Britney Spears y la máquina de hacer dinero llamada intimidad
Britney Spears ha sido una de las más grandes estrellas de la cultura pop desde hace más de 20 años cuando debutó con su hit “Baby one more time” en 1998 y ha hecho eco de su influencia a través de lo que va del siglo XXI; no solo por su música, sino también por sus escándalos y vida repleta de paparazzi. A raíz de esta sobreexposición a los tabloides y la crisis personal y mental que sufrió en 2007, desde 2008 enfrenta una custodia legal total sobre su persona que le impide tomar sus propias decisiones tanto en asuntos legales como en la vida cotidiana.
Frente al estado actual de la situación de Spears los consumidores de entretenimiento del 2021 solo podemos preguntarnos: ¿Hasta dónde compete a la mediatización la vida privada de un sujeto público? La constante invasión de la privacidad de Britney provocó un cadena de sucesos que hoy en día la mantienen recluida en su casa, a la expectativa de poder manejar sus propios asuntos o confiar plenamente en alguien que pueda hacerlo por ella, mientras que las nuevas celebridades de la tercera década de este siglo, exponen voluntariamente los aspectos más íntimos de su cotidianeidad en un acto de “extimidad”, concepto que la antropóloga Paula Sibilia define como la intimidad construida para ser observada como espectáculo.
El documental “Framing Britney Spears” realizado por The New York Times acerca de la custodia de la cantante, dio nueva luz al asunto luego de que el juicio sobre el cambio de tutela se reanudó y con ello las esperanzas de los fans de Britney, quienes reclaman libertad total para su ídolo, sin embargo, este documental no fue del agrado de Spears, quien declaró que se sintió avergonzada por la forma en la que el documental la presenta a ella y a su vida, y que lloró por dos semanas tras ver solo una parte del mismo. En este mismo sentido el propio juego revelador del documental se presenta como una forma más de explotar la imagen de la cantante.
Por su parte, el movimiento #FreeBritney que comenzó a gestarse casi al mismo tiempo que la custodia de Spears fue concedida a su padre, James Spears, ha tomado el asunto cada vez con más seriedad desde 2019 cuando la “Princesa del pop” abandonó la vida pública, y las alertas entre los miembros del movimiento se dispararon clamando que la artista estaba casi en un estado de secuestro por parte de su padre quien no le permitía manejar sus propias redes sociales o siquiera tener un teléfono personal.
Esto resuena especialmente en una época tan invadida por la socialización cibernética en la que las celebridades e influencers son parte central de la discusión. Es esperado por parte de los usuarios que la vida de una persona pública esté en constante disposición para el consumo, de la misma forma que cualquier producto está en continua producción y distribución en un supermercado. A través de esta práctica no solo se deshumaniza al sujeto, también se le expone al escarnio público por el solo objetivo del consumo de entretenimiento.
Durante la declaración ante el juez en su última audiencia del 23 de junio de 2021, Spears confieza una serie de abusos por parte de su familia y su equipo de trabajo y reclama su derecho a la vida privada y a la libertad de decisión que le ha sido negada por 13 años; los fans ya sospechaban que era manipulada para no hablar sobre su libertad o pedir ayuda, pero no imaginaban el control tan extenuante y el estado casi de esclavitud al que ha sido sometida durante más de una década, producto de una medida legal cautelar que se instauró con el fin de combatir los efectos negativos de la sobreexposición mediática de la cantante, proveniente de una época en la que se encontraba rodeada de decenas paparazzi en todo momento.
Sin importar los altibajos en la vida y carrera de Britney, su base de fans se mantiene leal a la imagen poderosa y segura de sí misma que siempre ostentó en los escenarios; este tipo de lealtad mostrada en bases de fanáticos es algo que ha permeado en grupos similares como los de las agrupaciones BTS y CNCO. Es una muestra de la cultura formada a través de la exposición mediática de un artista, basada en todos los aspectos de su vida y es, a su vez, una forma de consumo en favor de una agenda; en el caso de Spears la libertad de expresión y la vida privada y en el caso de BTS el soft power ejercido por las corporaciones de Corea del Sur.
Es imposible pensar que como usuarios de los medios digitales se nos niegue el acceso a la información de una personalidad publica, ya sea política, artística, intelectual u otra. Sin embargo, el caso de celebridades como Britney Spears es obligatoriamente una advertencia sobre la apreciación de la esfera privada y el derecho que tenemos sobre nuestra exposición en los medios; la explotación y ganancia proveniente de esta debe ser, como en el caso de Spears, una forma obsoleta de consumo de entretenimiento.
A pesar de esto, la continua disposición de herramientas mediáticas hacen que la línea entre un ente público y privado se vuelva cada vez más borrosa; la intrinseca romantización de la fama y la exposición mediática nos provee de motivación suficiente para aspirar a la extimidad como forma de socialización, apelando a una construcción de la personalidad basada en la intimidad como expresión, independientemente de si está es glamourosa o no.
Como sociedad occidental, hemos aprendido a estetizar la vida privada para volverla pública, pretendemos vivirla a solas pero entramos en discordancia cuando cada uno de nosotros nos volvemos nuestro propio paparazzi, rechazando paulatinamente un aspecto clave de lo que significa ser individuo.