
Cazadores psicópatas: Italia reabre el caso de los “safaris humanos” en Sarajevo
En Italia, casi treinta años después del fin de la guerra de Bosnia, la Fiscalía de Milán intenta descifrar una verdad que parecía demasiado atroz para ser cierta. El fiscal Alessandro Gobbis ha abierto una investigación sobre un grupo de ciudadanos italianos que, según diversos testimonios y documentos, habrían pagado entre ochenta mil y cien mil euros actuales para participar en cacerías humanas durante el asedio de Sarajevo. Los hechos ocurrieron entre 1992 y 1996, cuando la capital bosnia vivía cercada bajo el fuego constante de las fuerzas serbobosnias.
Sarajevo fue, durante 1,425 días, una trampa para sus habitantes. Las balas de los francotiradores se convirtieron en parte del paisaje. Cruzar una avenida podía ser una sentencia. Los civiles aprendieron a correr agachados, a cruzar en zigzag, a distinguir el sonido de un fusil por la dirección del viento. Más de once mil quinientas personas murieron. Y entre quienes disparaban desde las colinas, se sospecha ahora, había extranjeros que no pertenecían a ninguna milicia. Italianos ricos, entusiastas de las armas, que viajaban por diversión a “cazar” seres humanos.

Demasiado tarde
La denuncia que originó el caso fue presentada por el periodista y escritor Ezio Gavazzeni. Pasó dos años recopilando testimonios, fotografías y documentos sobre lo que durante décadas fue considerado un rumor de guerra. En su expediente de diecisiete páginas figuran nombres, itinerarios y descripciones físicas. Entre los sospechosos hay tres italianos: uno de Turín, otro de Milán y un tercero de Trieste, este último descrito como un empresario influyente, cazador experimentado y con rasgos psicopáticos.
“Eran francotiradores del fin de semana”, dijo Gavazzeni. Llegaban el viernes por la noche, disparaban desde las colinas y regresaban a Italia el domingo. Lo hacían por placer, no por ideología. La Fiscalía los investiga por homicidio múltiple con agravantes de crueldad y motivos abyectos, delitos que no prescriben en el sistema penal italiano.

La maldad
Durante el asedio, los rumores sobre los “safaris humanos” circulaban entre los habitantes y soldados. Edin Subašić, ex general bosnio y ex agente de inteligencia, declaró que existía incluso una lista de precios. Disparar a un niño o a una mujer embarazada costaba más que abatir a un hombre adulto. No era una guerra, sino una forma organizada de sadismo. Subašić asegura que, en 1994, su servicio informó a la inteligencia militar italiana (SISMI) sobre la presencia de al menos cinco ciudadanos de ese país participando en las cacerías. La respuesta fue ambigua: Roma afirmó haber detectado la operación y detenido los viajes desde Trieste, pero sin identificar a los responsables ni realizar arrestos.
Los fiscales milaneses buscan ahora en los archivos del SISMI —actual AISI— cualquier rastro de esa correspondencia, conscientes de que muchos documentos pudieron haber sido destruidos o clasificados.

Los que lo vieron
Entre los testimonios citados en el expediente figura el de John Jordan, un bombero estadounidense que trabajó como voluntario en Sarajevo durante el sitio. En 2007, declaró ante el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, durante el juicio a Slobodan Milošević, que había visto a extranjeros disparando desde las posiciones serbobosnias. “No eran soldados”, dijo.
“Usaban armas de caza, no de combate. Movían sus cuerpos como quien se enfrenta a una presa, no a un enemigo”.
La Fiscalía de Milán ha solicitado una copia de esa declaración a La Haya. También ha requerido información a Bosnia-Herzegovina y a Eslovenia, donde se filmó el documental Sarajevo Safari (2022), del director Miran Zupanič. Ese documental reavivó el tema y provocó que Benjamina Karić, entonces alcaldesa de Sarajevo, presentara una denuncia. Aunque la causa en Bosnia no prosperó, sirvió para que Gavazzeni reabriera el caso en Italia.

La guerra
La guerra de Bosnia fue una de las más crueles del fin del siglo XX. Tras la disolución de Yugoslavia, el país se fragmentó por motivos étnicos y religiosos. Los serbios de Bosnia, respaldados por el ejército yugoslavo y el régimen de Slobodan Milošević, cercaron Sarajevo en 1992. La ciudad quedó atrapada: los suministros escaseaban, no había agua ni electricidad, y los civiles eran blanco de bombardeos y francotiradores.
Desde las montañas que dominaban la ciudad, los tiradores serbobosnios mataban a quien se moviera. Lo hacían sin distinción. Mujeres, ancianos, niños. Algunos lo hacían por disciplina militar; otros, según estas nuevas investigaciones, por puro entretenimiento.
El periodista Gavazzeni describe esa práctica como “la indiferencia del mal”. En entrevistas recientes ha dicho que los participantes eran “personas muy ricas” que “habían probado todos los safaris del mundo y querían algo más”. Entre sus pruebas hay declaraciones de testigos, fotografías y fragmentos de correspondencia que apuntan a Trieste como punto de salida. Desde allí, los cazadores tomaban vehículos hasta Belgrado y, con ayuda local, llegaban a las colinas que rodeaban Sarajevo.

El silencio
Durante la guerra, la comunidad internacional tardó años en intervenir. Naciones Unidas observaba desde lejos mientras Sarajevo se consumía. Ahora, casi tres décadas después, surge la sospecha de que, además de mirar hacia otro lado, algunos europeos participaron directamente en la masacre.
El expediente italiano menciona que los servicios de inteligencia occidentales pudieron haber sabido de los “safaris” y optaron por no intervenir. No hay pruebas concluyentes, pero sí correspondencia que sugiere conocimiento previo. En una comunicación de 1994, un agente bosnio escribió:
“Nos respondieron desde Roma: hemos descubierto que el safari parte de Trieste. Lo hemos interrumpido y no habrá más”.
Pero no hubo arrestos, ni nombres, ni juicios. Solo una promesa vaga de que el horror había terminado.

Los cazadores y la impunidad
Algunos de los supuestos participantes aún viven. La mayoría tiene entre sesenta y ochenta años. Otros murieron hace tiempo, sin rendir cuentas. Gavazzeni espera que la investigación logre identificar al menos a dos o tres con vida. Sabe que no bastará para reparar nada, pero al menos servirá para que el crimen quede documentado.
Subašić, el ex general bosnio, cree que todavía es posible hacer justicia. “Quienes eran más jóvenes aún están al alcance de la ley. Espero que la Fiscalía de Milán lleve este caso hasta el final”, dijo. En Bosnia, muchos consideran que, aunque la guerra terminó con los Acuerdos de Dayton en 1995, la impunidad sigue siendo su herencia más persistente.

El eco del documental
Sarajevo Safari mostró, con entrevistas y material de archivo, cómo personas de distintos países pagaban por disparar contra civiles. La película provocó indignación y escepticismo a partes iguales. Muchos la consideraron una exageración. Otros, una revelación necesaria. Tras su estreno, varios sobrevivientes confirmaron haber oído rumores similares durante el asedio.
El documental no inventó nada: recogió un murmullo que había permanecido enterrado en la memoria de la ciudad. En Bosnia, hablar de ello todavía provoca vergüenza, no solo por las víctimas, sino por el hecho de que el mal pudo adoptar una forma tan trivial: un safari humano organizado con tarifas y horarios de fin de semana.

Italia ante el espejo
El caso que investiga la Fiscalía de Milán no solo busca responsables. También obliga a Italia a mirarse. A aceptar que algunos de sus ciudadanos pudieron participar en una de las atrocidades más repugnantes de la historia reciente de Europa.
El fiscal Gobbis ha dicho que no pretende una cacería simbólica. Quiere nombres, fechas, pruebas. Ha ordenado revisar archivos militares, comunicaciones diplomáticas y registros de viaje de los años noventa. Ha pedido colaboración internacional, consciente de que el tiempo es el enemigo principal.

Sarajevo, todavía en pie
Hoy Sarajevo es una ciudad reconstruida, con cafés, tranvías y turistas. Pero las cicatrices siguen en las fachadas perforadas por las balas. Los habitantes que sobrevivieron al asedio aprendieron a no confiar demasiado en la justicia. Han visto cómo los criminales de guerra envejecen en paz, cómo los juicios se diluyen entre tecnicismos. Sin embargo, este nuevo proceso ha despertado algo parecido a la esperanza.
Si se confirma la participación de los italianos en aquellas cacerías, el caso se convertirá en un precedente: la prueba de que incluso los crímenes más absurdos pueden ser perseguidos cuando un país decide enfrentarse a su propia sombra.
No habrá reparación posible para quienes murieron cruzando una calle. Pero si la justicia llega, aunque sea tarde, servirá para registrar que hubo hombres capaces de pagar por matar y otros dispuestos a denunciarlos. Que la barbarie puede esconderse tras el ocio, y que Europa, con toda su cultura, no está exenta de producir monstruos.








