PueblaSeguridad

Detienen a “El Licenciado” supuesto autor intelectual del asesinato de Carlos Manzo

19 noviembre, 2025 3:55 pm

La captura de Jorge Armando “N”, conocido como El Licenciado, marca un punto de inflexión en el caso del asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan. No es la resolución del expediente ni el fin de la intrincada red criminal que se extendía por la región, pero sí el primer resquicio de luz sobre un crimen que expuso, con crudeza, la forma en que las organizaciones delictivas han escalado su dominio en Michoacán. La noticia fue anunciada por el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, quien explicó que la detención sucedió en Morelia tras semanas de trabajo de inteligencia, análisis tecnológico y vigilancia silenciosa. La captura del presunto autor intelectual del ataque no solo revela la estructura detrás del homicidio, sino también el método creciente de reclutamiento, presión y ejecución que ejercen células vinculadas al Cártel Jalisco Nueva Generación.

La secuencia del crimen se ha ido reconstruyendo con una precisión que recuerda el desmontaje meticuloso de una maquinaria oculta. Todo comenzó la tarde del 1 de noviembre, en pleno Festival de Velas, una celebración tradicional que reúne a familias enteras en el corazón de Uruapan. A esa hora, el alcalde Manzo convivía con vecinos, acompañado de su equipo de seguridad, sin sospechar que varios jóvenes se habían entremezclado entre la multitud para seguir cada uno de sus pasos. Eran, según las investigaciones, integrantes de una célula criminal: Víctor Manuel “N”, de apenas 17 años; Fernando Josué “N”, un cómplice cercano; y Ramiro “N”, el coordinador en campo y reclutador de ambos. Detrás de ellos, a distancia, se encontraba El Licenciado, emitiendo las órdenes que marcarían la trayectoria final de la vida del presidente municipal.

El origen de este engranaje criminal quedó al descubierto cuando las autoridades localizaron los teléfonos de Fernando Josué y Ramiro. En sus chats, conservados a pesar de los intentos por borrarlos, se encontraba la cronología del ataque. No se trataba de una discusión improvisada ni de un acto motivado por una disputa personal. Era una operación planificada, dividida en funciones, roles y tiempos. Jorge Armando “N” aparecía como la voz dominante, el mando que ordenaba posiciones, rutas, vigilancias y, finalmente, el momento de disparar. Las órdenes eran claras, incluso brutales: el ataque debía ejecutarse sin importar si el alcalde estaba acompañado, sin importar quién estuviera cerca, sin considerar la multitud que abarrotaba la plaza municipal.

Image

A las 18:06 horas, Ramiro envió un video al grupo donde se veía la jardinera donde, más tarde, caería el alcalde. En el mensaje escribió que ya se encontraba “en posición para ubicar al cliente”. La frialdad del lenguaje expone la deshumanización inherente a estas operaciones: el alcalde, un hombre con trayectoria política, familia y responsabilidades públicas, era reducido a un objetivo, un número dentro de una planificación criminal. A las 19:45, los agresores compartieron que Manzo ya había llegado al Festival de Velas, un evento transmitido en vivo por redes sociales. Aquella noche festiva se transformaría en un escenario trágico.

Poco después de las 20:00 horas, el ataque se consumó. Víctor Manuel se acercó al alcalde y disparó seis veces. El arma utilizada tenía historial: había sido empleada en otros asesinatos cometidos los días 16 y 23 de octubre, según confirmó el fiscal de Michoacán. La reacción de los escoltas fue inmediata. El joven atacante cayó abatido, pero el daño estaba hecho. En cuestión de segundos, el festival se convirtió en un caos de gritos, carreras y llanto. Entre la multitud había niños, familias enteras que presenciaron la escena sin comprender el trasfondo del crimen que, días después, las autoridades empezarían a desentrañar.

Image

A las 20:00 horas, Ramiro envió otro mensaje: “ya tienen sometido a Víctor”. También confirmó que Manzo estaba siendo atendido por las heridas. Minutos después, pedía apoyo para sacar del lugar a Fernando Josué. No logró hacerlo. Tanto él como su cómplice aparecerían muertos días después en la carretera Uruapan–Paracho. Una ejecución que, según Harfuch, parecía haber sido diseñada para cortar posibles líneas de investigación, una forma de disciplina interna y silenciamiento habitual en los grupos criminales. Sus celulares, abandonados en el camino, serían la pieza clave para encontrar a El Licenciado.

Los mensajes de los teléfonos revelaron que Jorge Armando “N” no operaba solo ni respondía únicamente a su propia voluntad. Pertenecía a una estructura criminal vinculada al Cártel Jalisco Nueva Generación, una organización con fuerte presencia en Michoacán, donde la disputa por el control del territorio ha convertido la vida pública en una arena de violencia constante. Las instrucciones del presunto autor intelectual no eran las de un improvisado: sabía cómo ejercer presión sobre los jóvenes reclutados, cómo ordenar posiciones estratégicas, cómo exigir que borraran mensajes y cómo exigir que dispararan sin titubeos.

Image

Ramiro, identificado como reclutador e instructor, había captado a Víctor Manuel y a Fernando Josué a través de redes sociales. Los jóvenes, según el fiscal estatal, habían recibido entrenamiento para manejar armas de fuego y se habían sometido a castigos físicos cuando no cumplían las instrucciones. Este mecanismo de reclutamiento, basado en la vulnerabilidad y la coerción, muestra uno de los rostros más crudos del crimen organizado contemporáneo: jóvenes pobres convertidos en herramientas desechables, enviadas a misiones cuyo final suele ser siempre la muerte.

La detención de El Licenciado ocurrió en Morelia. En el operativo se aseguraron armas, identificaciones, teléfonos y drogas. La captura fue presentada por García Harfuch como un avance significativo para desmantelar la célula criminal, aunque también advirtió que no será la última. Hay otros implicados, mandos superiores y operadores cuya presencia aún se extiende por la región. El propio detenido afirmó que respondía ante Ramón Ángel Álvarez Ayala, alias El R1, otro líder del CJNG. Las líneas de responsabilidad, por tanto, ascienden más allá del simple mando operativo.

Image

Carlos Manzo, por su parte, había mantenido una postura abierta contra el crimen organizado. Había solicitado más apoyo de los gobiernos estatal y federal en materia de seguridad. Tenía un equipo de 8 escoltas personales, reforzado adicionalmente por elementos de la Guardia Nacional. La amenaza que enfrentaba no era nueva. Uruapan, uno de los municipios más importantes de Michoacán, es una zona estratégica para la producción de aguacate, un terreno disputado por grupos delictivos que ejercen la extorsión como forma de control y financiamiento. La administración de Manzo se había caracterizado por su rechazo a pactar con organizaciones criminales. Esa postura, firme y sin matices, puede explicar por qué se convirtió en blanco de un asesinato tan meticuloso.

El caso sigue abierto. Las autoridades prometen más detenciones y la desarticulación completa de la red criminal. Sin embargo, la historia de este crimen ofrece un retrato más amplio: la persistencia de una violencia que se organiza, se adapta y se ejecuta con una precisión que desafía a las instituciones. La captura de El Licenciado permite vislumbrar la estructura interna de un grupo que opera reclutando jóvenes, castigándolos, ordenando asesinatos y borrando sus propios rastros mediante ejecuciones de sus propios miembros. Pero también evidencia la capacidad del Estado para reconstruir estas operaciones, seguir los hilos de mensajes y videos, y llegar hasta quienes dan las órdenes.

La muerte de Carlos Manzo no fue un hecho aislado, sino el síntoma de un conflicto mayor que atraviesa a Michoacán desde hace años. La detención del presunto autor intelectual representa un paso, quizá un avance, pero no un desenlace. La historia de este crimen, con sus víctimas, sus responsables y sus silencios, aún está lejos de concluir.

Image





Relacionados

Le podría interesar
Close
Back to top button