
EE.UU. destruye instalaciones nucleares de Irán: “El juego no ha terminado”
La guerra invisible del átomo: un domingo persa bajo fuego
Teherán despertó aquella madrugada con el cielo partido por un zumbido que venía del infierno. A las 2:10 de la mañana, cuando los relojes aún no decidían si soñar o resistir, una lluvia de fuego perforó el subsuelo iraní en “nombre de la paz”. Eran bombas que atravesaban montañas, cruzaban décadas de diplomacia frágil, y se estrellaban sobre la historia: Fordow, Natanz e Isfahan. Tres nombres que hasta hace unas horas significaban ciencia, y que ahora cargaban el peso de la guerra.
La orden fue dada por el presidente Donald Trump el sábado por la noche. La decisión, dicen en Washington, se tomó “a minutos” de que cayeran las bombas. En una guerra que no ha sido declarada, el tiempo también se ha vuelto un rehén.
En Isfahan, según satélites, al menos 18 estructuras quedaron en ruinas. En Natanz, los cráteres tienen el tamaño de una certeza amarga: el uranio sigue siendo más fuerte que el olvido. Y en Fordow, el laboratorio subterráneo que duerme bajo ochenta metros de piedra, aún no se sabe qué tanto resistió. Pero Rafael Grossi, el hombre que cuida el átomo desde Viena, ya ha dicho que “no se puede excluir que haya daños significativos”.
Estados Unidos asegura que apuntó solo a la infraestructura “clave”. Irán, por su parte, sangra en silencio. El Ministerio de Salud ha confirmado que no hay signos de contaminación radiactiva entre los heridos. Una fortuna dentro del desastre. “Años de preparación nos salvaron”, dijo con sobriedad un portavoz médico. Pero en las calles, los rumores corren más rápido que las ambulancias.
Ali Shamkhani, asesor del ayatolá Jamenei, fue el primero en romper el silencio oficial. Lo hizo con una frase que parecía escrita en tinta invisible: “El juego no ha terminado”. Porque en Oriente, la guerra no se mide por escombros sino por voluntades. Y esa, la voluntad iraní, según Shamkhani, sigue intacta.
Del otro lado del mapa, Hezbollah condenó lo que llamó una “agresión bárbara” y prometió su solidaridad total con Teherán. En Jerusalén, mientras tanto, hubo quienes brindaron. “Primero que nada, estamos agradecidos”, dijo una mujer llamada Daniela a los reporteros de Reuters. “Gracias por ayudarnos”, añadió otra, con la voz entre la gratitud y el miedo a lo que viene.
En medio del coro de ecos, Europa intentó entonar la diplomacia. Francia, Alemania y el Reino Unido pidieron a Irán volver a la mesa de negociaciones. Pero los escombros no conversan, y las centrifugadoras dañadas no tienen memoria para pactos.
La ONU ha convocado al Consejo de Seguridad para una sesión de emergencia. Lo hará mientras en el estrecho de Ormuz, donde transita el petróleo y la paciencia del mundo, Estados Unidos le pide a China que ponga orden. “Sería un suicidio económico si Irán lo cierra”, dijo Marco Rubio. Tal vez. Pero la historia ya ha demostrado que los suicidios políticos no siempre obedecen a la lógica de los mercados.
Así, entre los cráteres del uranio y las oraciones de la diplomacia, Oriente Medio escribe otra página de su eterno domingo de guerra. Y mientras los misiles descansan en sus silos, alguien en Teherán ya ha empezado a contar las sorpresas que, como advirtió Shamkhani, aún están por venir.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) June 22, 2025