
Ovidio Guzmán se rinde ante la justicia de Estados Unidos
CHICAGO, 11 de julio de 2025.— Hay presagios que calan en los huesos como si toda la maldad del mundo se metiera por entre las costillas y apretara con fuerza con sus manos heladas. Llegó de la norte con el caos de un rayo, un estruendo casi tan fuerte como la explosión de un casquillo largo que corta la carne y provoca el brote alquitranoso como si el petróleo brotara de los mismos huesos. No fue una bala, fue una palabra breve, seca, definitiva: culpable. Así, sin más adorno que el eco metálico en la Corte del Distrito Norte de Illinois, Ovidio Guzmán López, hijo del narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán, cerró el capítulo más turbio de su vida pública y abrió la puerta a los corredores sombríos del poder judicial estadounidense.
Ovidio acepto todo el peso de la mochila que llevaba cargando con los ojos cerrados desde que acepto su apellido: tráfico de fentanilo, asociación delictuosa, y operación de una empresa criminal trasnacional. Con esa admisión, se convirtió en el primer hijo de “El Chapo” en rendirse ante los fiscales de Estados Unidos, y quizás, en pieza clave para desmantelar lo que queda del imperio de Sinaloa.
Era viernes. El sol de verano se filtraba débilmente entre los edificios de Chicago mientras en la corte federal la jueza Sharon Coleman escuchaba al heredero del cártel pronunciar su destino con la calma helada de los condenados. No hubo lágrimas, ni rabia, ni negaciones. Ovidio firmó el documento judicial el pasado 30 de junio, cuando aún no se borraban del todo las huellas de sangre dejadas por su captura dos años antes.
Nacido el 29 de marzo de 1990 en Culiacán, Sinaloa, Ovidio Guzmán creció entre camionetas blindadas y el silencio de los cerros. Su vida fue escrita con plomo. Su padre, cazado, liberado, vuelto a cazar, había dejado una herencia maldita que él aceptó con la naturalidad de quien no conoce otro lenguaje que el del miedo.
Fue apenas en enero de 2023 cuando cayó por segunda vez, rodeado por el ejército mexicano antes de que pudiera activar su túnel de escape. Su primera captura, en 2019, había terminado en una humillación nacional: soldados rendidos, calles en llamas y un país doblegado. Pero esta vez, Ovidio no volvió a escapar. Fue extraditado en septiembre del mismo año a Estados Unidos, donde los fiscales lo esperaban como ese testigo incómodo en una guerra sin rostro.
El acuerdo alcanzado con las autoridades incluye su cooperación con la justicia. Se espera que testifique contra otros miembros del cártel, entre ellos, quizás, su hermano Joaquín y hasta el mismo Ismael “El Mayo” Zambada, viejo patriarca de la organización, capturado en Texas tras un vuelo privado que, según versiones, fue una trampa tendida por el propio Joaquín Guzmán López.
Con este trato, “El Ratón” evitará, previsiblemente, la cadena perpetua. Su abogado estima que pasará entre 20 y 25 años en prisión. Una eternidad para cualquiera, pero un respiro frente al destino de su padre, que duerme el resto de sus días en una celda sin ventanas.
Ovidio no habló de redención ni de perdón. Sólo aceptó. Queda por ver si su voz temblará cuando nombre a los que una vez lo llamaron jefe. Tal vez entonces, en algún rincón del desierto de Arizona, alguien en el cártel escuche su nombre como si ya estuviera muerto.
🔴 Sheinbaum critica la “falta de coherencia” de #EEUU al nombrar como terroristas a cárteles y luego hacer acuerdos con ellos.
En el mismo día en que Ovidio Guzmán se declarará culpable en su audiencia en #Chicago. pic.twitter.com/WsBTt4bAp5
— Luis Alberto Medina (@elalbertomedina) July 11, 2025