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Hamas acepta una tregua, Israel duda, y Gaza se desangra

18 agosto, 2025 2:40 pm



La guerra en Gaza, esa tragedia que no cesa, acaba de abrir un resquicio a la esperanza, aunque tenue, frágil y aún sin respuesta. El lunes, Hamas anunció haber aceptado una nueva propuesta de mediadores árabes y europeos para una tregua con Israel. Una pausa de sesenta días, dijeron, que traería consigo la liberación escalonada de rehenes y, quizá, el inicio de un proceso hacia la paz. Pero Israel calla. Su gobierno no ha dado una respuesta, y en ese silencio laten la desconfianza, el cálculo militar y el miedo.

El acuerdo, según filtraciones de los propios mediadores egipcios y cataríes, contempla la liberación inicial de diez rehenes israelíes y varios cuerpos de los cautivos muertos en Gaza. Después, una segunda etapa abriría la puerta a negociaciones más profundas, con el objetivo de poner fin a una guerra que ya dura veintidós meses y ha dejado más de 62.000 palestinos muertos, según el Ministerio de Salud de la Franja.

Las cifras son apocalípticas. Mujeres y niños constituyen cerca de la mitad de las víctimas. Otros mueren no por las bombas, sino por hambre: casi doscientos sesenta, de los cuales muchos son menores, han fallecido por desnutrición, en un territorio donde la ayuda humanitaria apenas logra entrar. Gaza, sitiada, bombardeada, reducida a escombros, se desangra lentamente mientras las cancillerías del mundo ensayan declaraciones y advertencias.

Israel, por su parte, no ha variado sus planes. El gabinete de seguridad aprobó días atrás la ocupación de Gaza Ciudad, núcleo urbano donde se concentra la mitad de la población de la franja. El primer ministro Benjamin Netanyahu insiste en que la guerra solo terminará cuando todos los rehenes sean devueltos y Hamas, desarmado y destruido, deje de existir. La amenaza de esa operación militar ha suscitado un coro de condenas internacionales: desde Naciones Unidas hasta los gobiernos de Francia, Alemania, Canadá y Catar, que acusan a Israel de agravar deliberadamente una crisis humanitaria ya insoportable.

Pero las divergencias no se reducen a un pulso entre Israel y el mundo. Dentro de la sociedad israelí crece la indignación de las familias de los cautivos, que temen que los planes militares condenen a muerte a sus seres queridos. Decenas de miles de manifestantes llenaron las calles de Tel Aviv el domingo, exigiendo a su gobierno que anteponga la vida de los secuestrados a la prolongación de la guerra. El dilema es brutal: avanzar en la ofensiva podría destruir a Hamas, pero con ello también se pondría en riesgo a los rehenes.

El conflicto, que estalló con el ataque del 7 de octubre de 2023 —251 personas secuestradas y 1.200 israelíes asesinados, la mayoría civiles—, ha derivado en una espiral de represalias sin horizonte claro. Washington ha respaldado a Israel, aunque el presidente Donald Trump fue más allá en un mensaje publicado en sus redes:

“Solo veremos el retorno de los rehenes cuando Hamas sea destruido. Cuanto antes ocurra, mayores serán las posibilidades de éxito”.

Sus palabras, más belicosas que diplomáticas, se contraponen con los intentos de Egipto y Catar de sostener un hilo de negociación.

En Rafah, en la frontera con Egipto, el canciller egipcio Badr Abdelatty recorrió el cruce clausurado, convertido en símbolo del encierro gazatí. Aseguró que su país, junto con Catar, presiona “al máximo” para lograr el alto el fuego. Incluso insinuó que Egipto podría participar en una fuerza internacional que administre la franja, siempre bajo mandato del Consejo de Seguridad de la ONU.

El desenlace es incierto. Israel estudia planes para el “día después”: desde fórmulas que contemplan una administración internacional, hasta documentos elaborados por think tanks militares que sueñan con una “desnazificación” de Gaza, sin espacio para un Estado palestino ni para la Autoridad Nacional Palestina. En paralelo, los sectores más radicales del gobierno hablan incluso de desplazar a la población gazatí a terceros países.

Mientras tanto, las imágenes que llegan desde Khan Yunis muestran otra realidad: multitudes arrodilladas sobre cadáveres envueltos en telas, familias que lloran a los suyos caídos mientras buscaban harina o agua. La guerra se mide en cifras, en planes militares y discursos diplomáticos, pero en el terreno son cuerpos, lágrimas y hambre.

Quizá la tregua aceptada por Hamas sea un punto de inflexión. O quizá sea apenas otra pausa breve en un conflicto que se ha convertido en tragedia interminable. Gaza sigue ardiendo, Israel sigue avanzando, y el mundo, impotente, contempla cómo el tiempo corre en contra de los vivos.

 





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