
Murió Ernesto Acher: el hombre que hizo reír a la música y pensar al humor
Redacción
La muerte de Ernesto Acher, a los 86 años, no sólo cierra un capítulo fundamental de la historia de Les Luthiers; también obliga a detenerse y mirar con calma a uno de los creadores más singulares que dio la cultura argentina. Porque Acher no fue únicamente un músico brillante ni un humorista ingenioso: fue, ante todo, un intelectual del escenario, alguien que entendió que el humor podía ser una forma elevada de pensamiento y que la música, incluso la más compleja, podía dialogar con la risa sin perder profundidad.
Su fallecimiento, ocurrido el 12 de diciembre y confirmado días después por Les Luthiers, deja un silencio particular. No es el silencio solemne de las grandes despedidas, sino uno cargado de ironía, memoria y afecto. Ese que sólo producen quienes supieron incomodar con elegancia y divertir con inteligencia.
Acher ingresó a Les Luthiers en 1971, primero como reemplazo y luego como parte esencial de una etapa que muchos consideran la edad dorada del grupo. Arquitecto de formación, músico por vocación y humorista por naturaleza, fue uno de los responsables de darle al conjunto una estructura más colectiva, profesional y ambiciosa. Impulsó el uso de amplificación en escena, promovió la carrera discográfica y dejó su marca en obras que hoy son clásicos, como Teresa y el Oso, La Cantata de Don Rodrigo o Miss Lilly Higgins.
Pero reducirlo a Les Luthiers sería injusto. Tras dejar el grupo en 1986 —una decisión que siempre explicó con diplomacia y una sonrisa— Acher se lanzó a explorar otro territorio: el jazz. En 1988 fundó La Banda Elástica, un proyecto que reunió a figuras clave del jazz argentino y que logró algo poco frecuente: llevar la improvisación y la sofisticación musical a grandes escenarios sin solemnidad. Jazz con humor, pero sin caricatura. Música seria que no se tomaba demasiado en serio.
Su vida artística fue, desde entonces, un permanente ejercicio de curiosidad. Compuso obras sinfónicas, dirigió orquestas, creó espectáculos unipersonales, hizo radio, televisión y desarrolló proyectos pedagógicos. En 2002 se radicó en Chile, donde enseñó en la Universidad Diego Portales y siguió combinando música, literatura e historia del arte, con la misma lógica que guiaba su trabajo escénico: todo dialoga con todo.
Acher volvió a Buenos Aires en 2016, impulsado —según dijo— por la nostalgia y el peso de las raíces. Aquí retomó su actividad con amigos de toda la vida, reafirmando algo que repetía con orgullo: la importancia de los vínculos, de la barra, de la complicidad construida a lo largo de los años.
No se ha informado la causa de su muerte, y acaso no sea lo más relevante. Lo que importa es que Ernesto Acher deja una lección vigente: el humor no es un género menor y la música no necesita solemnidad para ser profunda. En tiempos de ruido y urgencia, su obra sigue recordándonos que pensar, reír y escuchar pueden —y deben— ir de la mano.
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