¿Por qué no son esenciales los templos ni las librerías?
«Los libros impresos en papel y vendidos en
librerías han sido nuestros mejores
amigos por siglos.
Sin ellos, no habría habido revolución
ni desarrollo intelectual ni
comprensión profunda del mundo».
Andre VItchek
Para este segundo confinamiento mundial por la pandemia, no se modificaron las actividades consideradas esenciales desde un inicio. Esa concepción genérica de lo que se entiende como esencial permite muchas interpretaciones. Por ello, se presentaron diversos problemas entre las autoridades, que estaban en la labor de verificar que locales, empresas, negocios estuvieran operando, bajo la pretensión de que no eran actividades esenciales, y los particulares, propietarios, administradores, empleados de esos negocios, que intentaban justificar que sí eran actividad esencia y que, por ende, no procedía clausura alguna.
Así transcurrió todo el tiempo del primer confinamiento (de marzo a agosto del 2020). Y ahora, atendiendo al clima, al rebrote, a la falta de medicamentos eficaces, etc. inicia otro confinamiento, un segundo —por lo visto— más urgente a causa de la letalidad de la enfermedad y más preocupante por la desesperación que conlleva otro periodo en esas condiciones de confinamiento.
Sin embargo, ya en este segundo periodo de confinamiento, no se modificaron las apreciaciones o interpretaciones sobre las actividades esenciales. Así, de ellas, están excluidos los templos de las iglesias y las librerías, pese a que ambos tienen que ver directamente con la capacidad de las personas de pensar, de razonar o, incluso, de criticar.
En el caso de los templos de las iglesias, deberían ser una actividad esencial, porque, así como es esencial comer para fortalecerse en lo físico (por lo que son actividades esenciales los supermercados, los mercados, las fruterías, las abarroterías, etc., y, en el caso de los productos de limpieza, las jarcerías), para lo espiritual resulta sustancial los templos de las iglesias; con las peleas entre familiares, rencillas, divorcios, suicidios, etc., resultan esenciales los templos de las iglesias; por la frustración de perder a los familiares y amigos o, bien, de perder un negocio, un local comercial, una pequeña empresa, se requiere acudir a los templos de las iglesias. Sin embargo, estos no se consideraron actividades esenciales y, entonces, que cada quien busque la forma de alimentarse espiritualmente con lo que encuentre o lo que tenga.
En el caso de las librerías, es similar. Tampoco se trataron como actividades esenciales. De por sí, la población actual no las considera así, pues para eso está Internet, para eso están las páginas electrónicas, la televisión abierta o por cable o las nuevas formas de transmitir películas y demás diversiones. Por ello, ¿para qué los libros? Y, como consecuencia, ¿para qué las librerías?
Al respecto, sostiene Andre Vltchk: «La publicación y distribución de libros debería ser un servicio público básico. Los libros no pueden ser y no deben ser simplemente mercaderías […]. Si dejamos que el mercado se apodere de todo […] Quedaremos reducidos a la categoría de robots consumistas programados, encerrados en mails eficientes, aire acondicionado y, en definitiva, estériles, viendo interminables seriales de televisión, comiendo y bebiendo alimentos de fábrica predigeridos hechos con sobras, leyendo “novelas” y tiras cómicas producidas por computadora, viendo películas con argumentos generados también por computadora» (Contra el Imperio, Santiago: LOM ediciones, 2018). Pareciera que esa es la respuesta. Como no hay templos de las iglesias para acudir y tampoco hay librerías, lo que se requiere es que la población sobreviviente de la pandemia viva de las computadoras, de la tecnología de la información y sea allí de donde dependa nuestras vidas.