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Rosalía y el riesgo calculado: “Berghain” como acto de fe y desafío musical

27 octubre, 2025 1:19 pm

Madrid todavía vibra con la estela de Rosalía, la artista que ha convertido cada lanzamiento en una liturgia mediática. Hace apenas una semana, la capital española se paralizó cuando la portada de LUX, su cuarto álbum de estudio, se proyectó sobre los cines Callao. Fue un instante casi místico: un relámpago digital que convocó multitudes entre el asombro y la devoción. Rosalía apareció y desapareció sin aviso, como una aparición mariana en pleno centro urbano. Y justo hoy, 27 de octubre, lanza “Berghain”, el primer adelanto de ese esperado disco.

Nada en Rosalía ocurre por accidente. Su carrera es un laboratorio donde la estética y la provocación dialogan con precisión quirúrgica. Berghain, título inspirado en el mítico club berlinés, funciona como metáfora de redención y pecado: el Edén y el infierno al mismo tiempo. La pieza pertenece al segundo movimiento de LUX, una estructura dividida en cuatro actos, casi como una ópera contemporánea.

En lo sonoro, Rosalía se adentra en su terreno más denso y espiritual. La canción combina tres idiomas —español, inglés y alemán— en un triángulo de voces compartido con Björk y Yves Tumor. Una colaboración tan improbable como coherente con su búsqueda de trascendencia. Hay versos que suenan a plegaria y otros a delirio industrial, en un equilibrio inquietante entre lo celestial y lo terrenal. Rosalía no pretende ser comprendida: quiere ser escuchada, sentida, analizada.

Los editores de GQ España lo saben. Daniel Borrás, su jefe editorial, ve en Berghain una muestra de madurez sin concesiones: una fusión entre lo orquestal y lo experimental, cercana a Homogenic de Björk o a los recortes salvajes de Yeezus de Kanye West. Néstor Parrondo, jefe de Actualidad, la define como un “acto de valentía”, un salto al vacío donde Rosalía abandona cualquier zona de confort para abrazar el caos controlado.

No todos están convencidos. Noel Ceballos, especialista en cine, ironiza con el exceso de simbolismo visual y la sobreproducción, prefiriendo el minimalismo de Motomami. Pero otros, como F. Javier Girela, celebran la dualidad del tema: “épico pero no comercial, oscuro y luminoso a la vez”.

La moda también entra en el juego. Joana de la Fuente detecta un homenaje a la estética noventera de Björk: blanco y negro, faldas de tiro bajo, simbolismo animal. Para David López, el tema es un volantazo arriesgado, un intento de redirigir su carrera sin frenar su impulso vanguardista. Y Marta Caro sintetiza el sentir general: Berghain es un “anti-primer single”, una declaración desconcertante que anuncia un disco inclasificable.

La frase final de Christian Rodríguez resume la paradoja: “Rosalía sigue poniendo a prueba a un fandom que deifica cada uno de sus movimientos”. La catalana juega con fuego y fe, consciente de que el arte —como el pecado— necesita del riesgo para ser sublime.

Con Berghain, Rosalía no busca repetir el fenómeno de Motomami; busca superarlo, aunque eso implique dejar atrás a quienes no estén dispuestos a seguirla al abismo.





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