
Trump indulta pavos mientras navega una tormenta política en Washington
El ritual anual del indulto presidencial a los pavos debería ser una pausa amable en la crispada vida política estadounidense. Pero en esta etapa del segundo mandato de Donald Trump, ni siquiera Waddle y Gobble —los dos pavos que recibieron alojamiento de lujo antes de su aparición en la Casa Blanca— lograron ofrecer un respiro real al presidente. Tras la ceremonia, Trump emprendió rumbo a su resort en Florida para celebrar el Día de Acción de Gracias. Un interludio festivo, sí, pero enmarcado por tensiones que no se toman vacaciones.
El mandatario llega a esta fecha golpeado por derrotas dolorosas para los republicanos en Nueva Jersey, Virginia y otros estados. Mientras él insiste en que las cenas de Acción de Gracias no serán más caras, varias encuestas muestran lo contrario: la inflación sigue pesando en los bolsillos de los estadounidenses y alimentando el descontento.
En política exterior, Trump tampoco encuentra terreno firme. Su propuesta para poner fin a la invasión rusa en Ucrania provocó críticas tanto de aliados europeos como de legisladores de su propio partido. Y la estrategia antidrogas del Pentágono, que contempla ataques militares contra objetivos en Venezuela, amenaza con desestabilizar aún más la región.
En el frente doméstico, la Casa Blanca tampoco respira tranquila. La coalición republicana en el Congreso se ve fragmentada rumbo a las elecciones de mitad de período. Algunos legisladores —desafiando al propio Trump— lograron que el Departamento de Justicia libere documentos adicionales sobre el caso de Jeffrey Epstein. Un acto inusual que ilustra las tensiones internas del partido.
A eso se sumó un revés judicial significativo. Un juez federal desestimó los casos contra James Comey y Letitia James, dos figuras con las que el presidente ha mantenido disputas abiertas. Aunque el fallo permite que el Departamento de Justicia reintente los procesos, el golpe político es evidente: los acusados sostienen que todo ha sido motivado por presiones del propio Trump para castigar a sus adversarios.
Y mientras la Casa Blanca recibe, como cada año, el árbol de Navidad, su interior dista mucho del ambiente festivo habitual. La decisión presidencial de demoler el ala este para construir un nuevo salón de baile tiene parte de los jardines convertidos en zona de obra. Un símbolo perfecto de esta etapa: caos, ruido, polvo y estructuras por redefinir.
Entre pavos indultados, aliados irritados y expedientes judiciales que no terminan de cuajar, Trump enfrenta una temporada que promete ser todo menos tranquila.







