¿Qué les pedimos a los próximos legisladores?
«No hubo entre esa gente ningún Serapio Rendón,
ningún Belisario Domínguez, ningún Fidel Jurado.
¿Y como iba a haberlo? Hace muchos, muchísimos años
que el Poder Legislativo no da nombres
de esa calidad. […] las cámaras sólo producen
representantes al nivel de la sociedad del consumo».
José Revueltas
La pregunta que encabeza este texto es la que se tratan de responder muchos de los ciudadanos que están alejados del sistema oficial, que no conocen ningún miembro de los partidos políticos y que ven a distancia a los diputados, senadores y demás representantes de la población; aquellos que, si acaso, conocen algún funcionario de tercer nivel, porque trabajan en la administración pública o, bien, porque algún pariente lejano lo cita en las reuniones de café. Fuera de ello, la gran mayoría de la población no tiene contacto directo con el propio sistema, su único contacto es en alguna oficina que brinda algún servicio público, donde cuyos trámites, muchas veces, se hacen interminables. Esa es la población que se hace la pregunta de: ¿qué les pedimos a los próximos legisladores?
En primer lugar, la gran mayoría de nosotros desconocemos qué diferencia hay entre un diputado local y uno federal, particularmente, cuál es el ámbito de competencias de cada uno, su duración en el cargo, qué facultades tienen, qué pueden llevar a cabo y en qué pueden ayudar a la población en general, pero, particularmente, a la del distrito que le corresponde representar, del que tampoco se sabe a ciencia cierta cuáles son las delimitaciones territoriales. Esa es la población que se hace la pregunta de ¿qué les pedimos a los legisladores?
Y esa población es la que no entiende la razón de por qué tantos partidos políticos. Pareciera que hay más que el número de equipos en la liga de béisbol mexicana o en la segunda división de fútbol mexicana; pero lo más graves es que no se conoce cuál es la razón por la que se han pulverizado los partidos políticos ni, sobre todo, cuál es la diferencia entre unos y otros, es decir, no se sabe qué representan ni qué proponen unos en relación con los otros. Lo cual ocurre, porque, así como en el fútbol o el béisbol, el candidato o personaje que estaba en un partido político pasa al otro; y lo peor es que pasa, supuestamente, al partido rival y más odiado; exactamente igual que lo que sucede en el deporte profesional ya tan mercantilizado.
Además, toda la población que se pregunta «¿qué les pedimos a los legisladores?» observa las noticias y constata que hay millones y millones de pesos en gastos de los partidos políticos para sus campañas, pero sin ninguna justificación válida para ellas ni para los otros gastos que, en general, hacen los partidos políticos; cuya consecuencia a corto plazo es que no haya más fuentes de empleo, que no haya mejor trabajo, que no haya oportunidades para poner un pequeño taller, negocio, tienda, etc. Y esto es lo la población no comprende.
Ella tampoco puede comprender qué es lo que sucede ahora, después de años y años sin reelecciones; no entiende por qué pueden ser reelegidos quienes ni siquiera hicieron un acto de presencia en sus actuales cargos públicos ni de quienes, mucho menos, se conocen sus propuestas; por qué pueden ser reelegidas personas cuya existencia se desconocía hasta ahora que regresan a las calles a hacer propaganda para su reelección.
Así, con esta realidad, serán elegidos los nuevos miembros de las cámaras de diputados a nivel federal y local. Con algunos presidentes municipales sucederá lo mismo. Por ello, responder a la pregunta inicial de «¿qué les pedimos a los próximos legisladores?» sería, en realidad, con un «muy, pero muy poco». Lo poco que pedimos para sentirnos satisfechos es que, en sus decisiones, sus discursos, sus acciones, tengan, aunque sea muy poco, sentido común. Aunque nos hemos acostumbrado a que se legisle y se reglamente en contra de la Constitución (y no deberíamos), por lo menos, queremos que no se haga en contra del «sentido común», que es lo que está asfixiando a la población. Para muestra, precisamente el ejemplo de la amargura del covid-19. En este caso, hemos visto que, lejos de ampliar los horarios de los comercios y negocios, se restringen, lo cual provoca las aglomeraciones que deberíamos evitar; se obstruyen las vías de comunicación, que también provoca más aglomeraciones; se cierran los centros de las ciudades, que ocasiona más contaminación; se prohíbe estacionarse en lugares destinados para el estacionamiento vehicular por el covid-19 y, por ende, hay más entorpecimiento en las vías de comunicación, etc. De modo que, por lo que parece, el único requisito para asumir un cargo público ha de ser el de exigir en el currículum de los interesados contar con sentido común, aunque sea muy poco. (Web: parmenasradio.org).