Lienzo urbano
Eduardo Pineda
Tal vez la forma más acabada de la divulgación del arte se encuentra en el mural. Éste está expuesto a todo público, se conforma como parte de la imagen de un barrio o de una avenida desde la cual es observado por transeúntes, paseantes, automovilistas y vecinos del lugar. Se perpetúa en la memoria colectiva, manda un mensaje diferente cada vez que se le observa porque la interpretación del mismo, como de toda expresión artística, depende del espectador, de su historia de vida y desde luego de la forma como mira su realidad de acuerdo a las emociones que experimenta momento a momento. Ésa es la responsabilidad que el artista no forzosamente busca, es la que adquiere por consecuencia de su obra, por la forma en la que ha decidido habitar el mundo.
Hay murales que con el paso del tiempo se desgastan, se destiñen o se reemplazan, y aun así quedan para siempre en aquellos que lo vieron “de pasada” o en quienes se detuvieron a contemplarlo convirtiendo la calle en galería y la ciudad en un museo que vive, respira, y crece aceleradamente. Permanecen también en la oralidad, los murales se platican, se cuestionan, se presumen con las nuevas generaciones, marcan época y cumplen, a veces, otra función sustantiva en el tejido social: unen al pueblo, le brindan identidad y amalgaman ideologías y formas de entender los aconteceres que las sociedades humanas viven, los murales, sea como sea, se inscriben en la pátina de la historia de las ciudades a las que pertenecen.
Otros murales se convierten en historia gráfica de todo un país, ahí tenemos, por ejemplo, los de Diego Rivera, los de José clemente Orozco o los de David Alfaro Siqueiros, que trascendieron las décadas y marcaron la postura política de varias generaciones. La envergadura de los lienzos urbanos es tal que en ellos se puede exacerbar una sola idea o contar toda una historia; brinda la oportunidad de imaginar en gran formato antes de “brochear” un muro y vaciar parte del contenido del alma en un pedazo de ciudad para disfrute y reflexión de propios y extraños.
Orozco replantea, con sus palabras y su obra plástica, la concepción social del muralismo, asegurando que, “un mural no debe ser un comentario sino el hecho mismo; no un reflejo, sino la luz misma; no una interpretación, sino la misma cosa por interpretar”. Ampliando por completo la idea clásica del arte, donde se cree habitualmente que las obras son una interpretación del mundo cuando en realidad constituyen una cosa más a interpretar. De esta forma el artista se convierte en creador de realidades paralelas, como hemos insistido antes, mientras que el científico genera conocimiento para entender la realidad, el técnico aplica el conocimiento para incidir en la realidad, el historiador nos cuenta cómo ha sido la realidad, el filósofo reflexiona y problematiza la realidad, el artista simplemente crea su propia realidad y la habita y nos invita a cohabitarla también.
Isa Pérez Duarte ha comprendido la naturaleza misma de las artes plásticas, el momento efímero de la creación misma y el disfrute de verter la imaginación en los lienzos, en ocasiones de tela y en ocasiones de piedra y concreto. Ella ha decidido dejar su visión del mundo y lo que considera importante sobre los lienzos urbanos, transforma su entorno y el de los demás construyendo poco a poco el resultado de su espacio onírico para que quienes disfrutamos su obra nos regocijemos en una realidad paralela pero inserta en la que vivimos día a día.
Isa nos regala un juego de luces, colores y formas en cada uno de sus murales, nos muestra el imaginativo de las artes que habitará en nuestra memoria. Vemos en ella el expresionismo de los conceptos de unidad entre naturaleza y hombre, entre belleza y certeza de que aquello que observamos se puede encontrar, algún día, en el mundo que habitamos a tropiezos.
Eduardo Pineda
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