Alas y raíces
Eduardo Pineda
La presente columna podría resumirse en una sola frase: “La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra”, es una sentencia del filósofo de la educación Paulo Freire que me parece muy clara y distinta a cualquier otra forma de entender uno de los actos más humanos que existen: leer.
Pero, qué es leer el mundo y por qué ello es anterior a la lectura de la palabra. Me parece que la respuesta la podemos encontrar al reflexionar sobre los saberes locales de los pueblos originarios, la intuición de los seres humanos y los sentidos comunes que no devienen de un proceso educativo de los llamados “formales” sino de la vida cotidiana, de la herencia de los conocimientos ancestrales y de la práctica diría del fenómeno de habitar un territorio.
En este proceso continuo de habitar, los seres humanos leemos los objetos, los sujetos y los acontecimientos que ocurren de forma habitual, procedemos mediante la pregunta a intervenir desde la inteligencia a los mismos y aprehendemos (así, con “h”) los saberes que resultan de tal acción. De manera que aprehender, es decir, hacer parte de nuestra conciencia la realidad tangible e intangible y aprender, es decir, recibir información, o adquirir una habilidad y reflexionar al respecto, es algo que hacemos de forma natural por el simple hecho de nacer como Homo sapiens.
Así, Paulo Freire explica, a lo largo de su obra, que la lectura del mundo ocurre aún en el analfabetismo, pero, enfatiza la imperativa necesidad de la lectura textual como una forma de compartir la imaginación, el conocimiento y la manera de habitar el mundo de “los otros”. El sentido de la otredad y la importancia de la interacción entre pueblos y entre diversos tiempos, es para el pedagogo de habla portuguesa, una de las formas más acabadas y mejor estructuradas de educación, pues se tata de compartir culturas, cosmovisiones e interpretaciones de la realidad; práctica que se puede resumir como un diálogo de saberes.
Por ello resulta trascendente para toda persona aprender a leer y mantener el quehacer lector durante toda la vida. Paulo Freire fue un luchador social además de intelectual y autor de múltiples obras, que se preocupó por explicar la necesidad humana de leer para la conformación de sociedades realmente libres. Freire apostó a la educación como una práctica liberadora, como una práctica de amor hacia los estudiantes.
El libro-objeto, constituye la herramienta por excelencia para la difusión de los contenidos textuales, sin embargo, no es la única, pues en el siglo XXI el libro digital está en boga y utilizado correctamente puede ser un apoyo realmente conveniente en el proceso educativo, sin embargo, el libro-objeto continúa encantando a las generaciones que valoran también el peso histórico y simbólico del papel y la tinta. De manera que resulta extraordinariamente necesario y urgente que se conformen colectivos de hombres y mujeres dispuestos a enarbolar la práctica de la lectura y la creación de textos para construir pueblos educados en el arte de pensar e imaginar por motum proprio, alejados del adoctrinamiento alineado a los intereses de los poderes fácticos y las mafias que manipulas a la sociedad a su antojo y beneficio.
Al respecto, Rubén Darío, poeta, periodista y diplomático nicaragüense definía: “El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento, y manantial del amor”.
Daniela Rivera, coordinadora de “Alas y raíces” en el estado de Puebla, es un ejemplo claro de que aún contamos con seres humanos sensibles y preocupados por acercar la lectura y otras formas de cultura a las infancias y adolescencias de nuestra región, seres humanos que han comprendido que la única forma de desarrollo humano posible se da en el diálogo a través de la lectura y la escritura y, por ello, trabajan incansablemente en la promoción de la publicación y distribución de materiales bibliográficos entre los más jóvenes, dándoles alas sin abandonar sus raíces.
Eduardo Pineda
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