En un lugar de Macondo de cuyo nombre no quiero acordarme
Eduardo Pineda
La literatura es una forma de habitar el mundo, de enfrentar la realidad y de presentar otra posibilidad, alterna e imaginaria, en la que las cosas pudieron haber ocurrido. Antes de Miguel de Cervantes y su Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, los productos de la imaginación eran plasmados en cuentos, lineales, sucesivos, breves, y estructurados sobre un esqueleto común a todos ellos. Pero Cervantes trascendió esa forma de narrar y propuso, sin quererlo, una manera completamente distinta de contar una historia, no lineal, no consecutiva sino desfasada en el tiempo; no predecible, con golpes de timón y con el entrecruce de historias que cuentan una misma, pero desde aristas diferentes. Ya no podía etiquetarse este género como un cuento largo y se le dio el nombre de novela.
Desde el siglo XVI y hasta nuestros días, se han escrito una infinidad de novelas, algunas de relevancia histórica, otras que han marcado épocas en la literatura o que han establecido un nuevo género, como “Cien años de soledad” del escritor colombiano Gabriel García Márquez y con ella la incorporación del género “realismo mágico”. En Macondo, pueblo que se asemeja a Aracataca, Colombia, de donde es originario “El Gabo”, es un lugar tan alejado de la realidad posible que se parece muchísimo al pueblo real que lo inspiró, con un toque de fantasía donde todo puede ser posible; al igual que en el Quijote, la posibilidad de que ocurra lo improbable, es el sello característico de las novelas. Por eso a sus autores me gusta llamarlos “creadores de realidades paralelas”.
Otros autores han optado por rescatar y traer a la memoria pasajes históricos y construir, a partir de ellos, narraciones que se ocultan tras los datos duros y los sucesos que construyen por sí solos las atmósferas necesarias para dar cuerpo a una novela. Entremezclar la imaginación y los hechos reales de que se tiene registro y con ello dar al lector una amalgama de ideas que echen a volar la imaginación de lo que pudo ser dentro de lo que fue. Es por ello que la novela histórica es quizá la expresión más acabada de aquello que he nombrado antes como “realidad paralela”.
Hugo Vega es médico, es psiquiatra y trabaja con las enfermedades que aquejan a la mente, la neurosis y la psicosis, y también es un examinador de la historia reciente de México teniendo gusto por contar historias en medio de épocas dignas de recordarse, como la Guerra Cristera. En el marco de esa atmósfera y lo que implica, el Dr. Vega nos narra una historia familiar que bien puede ser la historia de cualquier apellido mexicano, haciendo gala de la impredecibilidad y de una narrativa que lo caracteriza como constructor de líneas y universos de letras que no sabemos si terminamos habitando o nos habita.
Hugo Vega es, de esta forma, un alfarero de las ideas, que toma por arcilla las palabras del habla cotidiana para edificar una historia dentro de otra historia, mostrar la realidad de una sociedad que, aunque anduvo en el pasado por los territorios mexicanos, sigue muy presente, al menos en la memoria y las reminiscencias de una cultura que no acaba de entender de donde viene y tal vez nunca sepa a dónde va.
Eduardo Pineda