Opinión

Los viajes ilustran

7 junio, 2024 8:01 pm
Eduardo Pineda

“En las montañas está la libertad. Las fuentes de la degradación no llegan a las regiones puras del aire. El mundo está bien en aquellos lugares donde el ser humano no alcanza a turbarlo con sus miserias” -aseguraba el explorador y naturalista Alexander Von Humboldt. Por eso las personas se inspiran a encontrarse a sí mismo encontrando otros lugares, otras latitudes y otros tiempos. Para Herman Hesse, la vida citadina era una monserga cargada de rutina y predictibilidad, hundiendo a los seres humanos en un mecanismo casi robótico de producción, venta y compra de productos casi inservibles y cuya necesidad es infundada por el sistema, hoy y desde hace décadas, capitalista.

De pronto, hallarse con la inquietud de salir de esa rutina e ir a lo desconocido, causa en los seres humanos curiosidad innata y ansia por el asombro y la perplejidad. Buscar aquello que no se pretendía encontrar. Habitar el mundo de forma esférica, total y absoluta; sin limitar la existencia a la urbe en la que nació y en la que trabaja.

“Se tiene que viajar para aprender” eran palabras que con insistencia repetía Mark Twain, y tenía razón, porque ningún aula circunscrita en ninguna currícula escolar, nos dará la amplitud para ver más allá, para aprender de forma vivencial y definitiva. En su libro “Introducción a la Filosofía”, Ortega y Gasset hace gala de sus dotes didácticos cuando ejemplifica el conocimiento vivencial. Él nos dice que se puede leer acerca de la historia de Francia, de la arquitectura de Paris y de la hidrografía del Sena, se puede estudiar antropológicamente la existencia y permanencia de los famosos bazares parisinos, de sus cafés y de sus calles cosmopolitas que fueron por décadas la capital del mundo. O se puede recorrer en un video detalladísimo el museo de Louvre y ver fotos de la Gioconda, o de la Venus y maravillarse con el detalle y magnificencia de aquellas creaciones. También se puede escuchar el bandoneón y las voces guturales de los cantantes franceses en la sala de la casa con un equipo de audio en alta definición, pero nunca ¡jamás! nada de esto se podrá comparar con caminar por las calles de Paris, contemplar El Arco del Triunfo en los Campos Elíseos, entrar a los bazares de los callejones que rebosan de libros y objetos antiquísimos, tomar una café frente a la Torre que construyó Eiffel, mirar de frente a la Mona Lisa y aproximarse a la Venus imaginando que detiene su manta-faldón por la eternidad escondiendo su erótico secreto.

Será entonces y sólo entonces cuando realmente se “viva Paris” y no sólo se “estudie París” y así, quien lo viva lo estudiará realmente.

Por su parte Chesterton, nos convida de la experiencia de viajar enfatizando una marcada diferencia entre el viajero y el turista en una de sus máximas al respecto: “El viajero ve lo que ve, el turista ve lo que ha venido a ver”.

Armando Galindo dedica su vida, precisamente a esto, a vivir viajando y viajar con la intensidad de un aventurero, no con la comodidad predecible de un turista, sino con la incertidumbre del explorador, ávido de nuevas experiencias. Por ello, a lo largo de dieciocho meses ha recorrido América del Sur en su camper en compañía de su perrita Beagle. Aquí su historia y sus experiencias.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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