Opinión

Apis

1 marzo, 2024 8:04 pm
Eduardo Pineda

La vida en el planeta Tierra es verdaderamente un milagro, y esta afirmación no obedece a una concepción religiosa de la realidad sino a la probabilidad de que en un punto del universo exista vida tal y como la conocemos.

Nuestro planeta ha sufrido cambios abruptos desde que se conformó en el sistema del cosmos, ha sido producto de transformaciones radicales y violentas; antes de que iniciara el proceso de evolución de la vida, la Tierra era un lugar sumamente hostil: erupciones volcánicas constantes, atmósfera pobre en oxígeno, altas temperaturas y movimientos geológicos que mantenían la litósfera en una sacudida incesante, hacían imposible que la vida surgiera y se desarrollara.

Sin embargo, algunos millones de años después de que nuestra esfera que hoy vemos verde y azul sufriera por estos fenómenos, la vida emergió de las aguas, las primeras células procariotas se formaron y los mares se plagaron de bacterias que pronto, por endosimbiosis seriada (de acuerdo con la bióloga Lynn Margulis), evolucionaron a células con material genético “empaquetado” en un núcleo.

De ahí, se suscitó una efervescencia de vida, protozoarios, algas verdes que transformaban la energía la Sol en nutrientes y devolvían el regalo emanando grandes volúmenes de oxígeno a la atmósfera, construyeron el escenario perfecto para que hongos, plantas y animales poblaran este nuevo hogar que rebosó de seres vivos.

Y aún así, la vida seguía siendo milagrosa. Pensemos por ejemplo en la alta probabilidad de que un meteorito o asteroide impacte la Tierra, ¡es enorme!, o que los rayos cósmicos cargados de una altísima cantidad de energía terminaran de una vez y para siempre con el frágil equilibrio que mantenía aquí a todos los seres.

La vida se abrió camino, sobre pasó los desafíos de la naturaleza cósmica impiadosa, algunas especies se fueron y otras nuevas surgieron, parecía una carrera y una lucha por la subsistencia, un juego de aparecer y desaparecer; los fenómenos geológicos, climáticos y las relaciones entre los seres vivos determinaban las reglas del juego y así… hace relativamente pocos miles de años, el ser humano evolucionó desde la línea filética de los primates, éramos simios que desarrollamos un lenguaje complejo y a partir de él construimos una civilización que no ha conocido el freno, que ha poblado casi hasta el último rincón de nuestro paraíso que rota y se mueve en el universo en torno al Sol.

Nuestra especie ha construido, ha conocido la belleza, la filosofía y la ciencia, pero el precio ha sido igualmente alto, hemos devastado, atropellado y destruido el hogar verde y azul, nuestra ambición no conoce límites y nos apropiamos de la naturaleza como si de verdad algún día un dios nos hubiera dicho: pueblen la Tierra y dominen todo lo que hay en ella. Mal entendimos el Génesis de la Biblia, pareciera que nos vengamos del destierro del jardín de edén.

Actualmente, es fácil comprender que nuestra vida, al ser una especie animal más, también es frágil y depende de la red de seres a la que pertenecemos. Por ejemplo, si escasean las plantas comestibles y el follaje del ganado y nuestros alimentos se ponen en riesgo, nuestra existencia tambalea y parece que no nos damos cuenta. ¿Has observado de qué depende la permanencia del ser humano en este planeta?

Es fácil: de que la red de polinización continúe su curso, y dentro de esa red, el actor principal es pequeñito, zumba como emitiendo el canto hermoso de la vida, usa un traje rayadito, amarillo y ocre, visita las plantas en busca de alimento y se lleva entre las patitas y las antenas el precioso regalo que entrega a la siguiente planta que visita, el polen. Así, las abejas llevan la fórmula de la subsistencia de la vida humana y de otros animales en nuestro hogar que a veces parece que desconocemos. De esta forma, las abejas (Apis, nombre del género al que pertenecen) constituyen la única salvación para nuestra especie que en ocasiones dudo que merezca ser salvada de las desgracias que ella misma ocasionó con su irreverencia, frivolidad y soberbia.

Marisol Fuentes, es una apicultura apasionada que ha entregado su vida al cuidado de las abejas, las cría, procura su reproducción y les provee un hogar seguro, lejos del alcance de la destrucción humana. Preserva el santuario “La ruta de la miel en Tierra Victoria” en los límites del municipio de Huamantla, Tlaxcala. Lugar paradisiaco que puedes visitar para entrar en contacto con estos diminutos seres que revolotearán a tu alrededor para mostrarte su fabrica de miel y de vida.

La miel es el único alimento de origen animal cuya producción no implica sufrimiento y muerte, al contrario, implica el cuidado y amor por los animales que la fabrican. Cuidado y amor que podemos conocer mediante esta charla con Marisol, una mujer que decidió dedicar su trabajo a la preservación de la vida de todos nosotros, porque quien cuida de las abejas está cuidando el frágil equilibrio que garantiza que los seres humanos sigamos por aquí y algún día rectifiquemos el camino con el mismo amor y respeto que lo hace Mari y su familia.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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