Aprender a no ser
Eduardo Pineda
Herbert Spencer, filósofo y antropólogo británico, recurrentemente decía que el gran objetivo de la educación no es el conocimiento, sino la acción. De manera que, toda la teoría e incluso la práctica que adquirimos en la escuela no es ni mínimamente suficiente para considerar que somos practicantes de una u otra profesión. Es, en este contexto, la acción, la puesta en marcha de lo que hemos atesorado en la memoria y la conciencia, lo que realmente nos formará como seres humanos pensantes, reflexivos y con la capacidad de enfrentar la vida real.
En el caso del arte, esta idea profunda y significativamente revolucionaria, no se queda atrás, por el contrario, es imperativo al decidir dedicar la vida a las artes, tener en cuenta que la acción será el cincel que perfeccionará al artista.
A ese respecto, traigo a la memoria las palabras del pintor Pablo Picasso, quien aconsejaba: “Aprende las reglas como un profesional, para que puedas romperlas como un artista”. Y me parece absolutamente certera le lección que nos deja en esa máxima, pues no hay otra actividad humana que dependa más de la capacidad de trasgredir las reglas que el arte. Sin embargo, es deseable una formación académica sólida y completa para poseer las bases de aquello que será imprescindible quebrantar para generar puntos de inflexión en la expresión de los sentimientos.
Todo aquel que quiera dedicar las horas de sus días al arte, deberá formarse en la academia, construir un basamento firme y poner en duda, al momento de la acción, todo lo aprendido, para así, erigir un edificio propio, sin moldes y sin planos previos, una construcción única con esencia auténtica pero que descanse sobre los cimientos que sus antecesores dejaron con la esperanza de que otro loco llegue a hacer algo nuevo y diferente sobre ellos.
Por eso el cineasta francés Robert Bresson vislumbró, como una epifanía para las nuevas generaciones, la necesidad real de la sociedad que no debe eximirse de la emoción artística: “No hay arte sin transformación”. Y sin esa transformación no hay creación y sin creación la realidad se desmorona bajo nuestros pies.
Ahora bien, en la expresión artística que nos toca discutir hoy, las sentencias que hemos revisado y la necesidad forzosa de la transformación: construir sin reglas, pero sobre las bases de la academia, se tilda con más énfasis. En las artes escénicas, aprender la técnica, la modulación de la voz y los movimientos del cuerpo, así como el análisis de la dramaturgia, la historia del teatro, el uso de la luz y los sonidos, etc., nos darán aquel basamento, pero, la interpretación sobre el escenario tras la apertura del telón, sólo podrá ser descubierta al experimentar el no ser y dejar ser; únicamente podrá revelarse al tomar el aprendizaje como una baraja de naipes y usarla para construir castillos efímeros a merced del viento.
Adriana Spota, una de las más prodigiosas actrices del teatro poblano y nacional, habita el mundo desde los escenarios, con una estructura anclada en la formación universitaria que le permite dejar volar su realización actoral como aquel papalote que danza por los cielos con la seguridad de estar anclado a la madeja de hilo que le reserva la posibilidad de volver y empezar de nuevo un nuevo viaje por los aires del arte dramático.
Eduardo Pineda
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