Tap
Eduardo Pineda
Grata sorpresa es encontrarse una compañía de Tap en la ciudad de Puebla; no se trata únicamente de una compañía de baile, ni de un género más, se trata, en cambio, de reconocer que existen personas dispuestas a salir del común denominador, a hacer algo que por desgracia parece que en nuestro país se ha ido perdiendo.
Y si ya de por sí es grato encontrar compañías de ballet clásico, de danza contemporánea o tradicional, lo es aún más que un colectivo nutrido de hombres y mujeres trabajen día a día por practicar y dar a conocer esta forma de bailar que de origen tiene una historia de lucha y búsqueda de la libertad.
Hace suficientes décadas, tantas como para que las generaciones actuales piensen que tal vez nunca existió, nuestra especie estaba tan polarizada y la falta de empatía y discriminación era tal que seres humanos esclavizaban a otros seres humanos por la simple y sencilla razón de tener un color de piel o una lengua diferente. Así lo hicieron los países que actualmente consideramos de “primer mundo” sobre las poblaciones de personas “negras” de tribus africanas o del sureste asiático. Eran tomados, -comprados y vendidos- como esclavos; eran llevados a las nuevas tierras colonizadas para hacer el trabajo físico, para fungir como servidumbre y como primera línea en las batallas.
Estos hombres y mujeres que sobrevivían a la esclavitud, guardaban para sí mismos sus sentimientos, emociones y saberes, los acogían de forma que quedaran resguardados de la crueldad del mundo que se encontraba en “pleno desarrollo” rumbo a la modernidad. Entre estos saberes y tradiciones se encontraban, por ejemplo, las danzas, los cantos, las leyendas, las declaraciones de amor y los planes, casi nunca llevados a buen término, de escapar hacia la libertad.
Conversando con Lucy de la Rosa, maestra y bailarina de Tap, supe que las comunidades esclavizadas se comunicaban de una habitación a otra, en los lugares donde estaban confinados, a través del zapateo sobre los pisos de madera de las haciendas y ranchos de los hombres blancos. En una suerte de clave Morse, golpeaban los pisos con los pies y mandaban mensajes; poco a poco esta forma de hacer ritmos fue considerada como una percusión musical y con el paso del tiempo se convirtió en una danza.
Como queda claro, esta forma de baile tiene una historia muy triste y detestable detrás, sin embargo, nos recuerda que el ser humano tiene la capacidad nata de hacer arte pese a las peores atrocidades. En medio del llanto puede surgir poesía, en medio de la tortura puede surgir pintura, en medio del sufrimiento y el destierro puede surgir danza. Me recuerda a la historia del Capoeira, donde los esclavos en Brasil fingían un baile para golpear a sus opresores, ejemplos hay muchos más. Pero hoy quiero evocar al Tap como una respuesta de la humanidad ante el pisoteo sistemático de los sistemas opresores.
Por eso es digno de celebración que, en el siglo XXI, en un país sometido por el consumismo, un colectivo levante la voz e impacte las plantas de los pies contra el suelo para recordarnos que sea como sea y pase lo que pase, siempre habrá personas dispuestas a salvaguardar la emoción y la sensibilidad a toda costa.
Así, Lucy de la Rosa se muestra como una mujer sensible, abierta a despertar conciencias desde la trinchera del baile, tomando a éste como una forma de habitar el mundo, de estar presente sin descanso en la defensa de la cultura que nos heredaron los pueblos que nos han precedido, poniendo el acento en la imperante necesidad de continuar sintiendo y soñando en cada “tap” que proyectan en la duela, en cada músculo que se mueve, en cada sonrisa que nos regalan. Sus pies conversan al ritmo de la música y nos cuentan una historia cada que se abre el telón…
Con ustedes, Lucy de la Rosa y su entrañable compañía de Tap.
Eduardo Pineda
eptribuna@gmail.com