Opinión

Ajedrez

18 abril, 2025 8:01 pm
Eduardo Pineda

No es gratuito que el escritor y pensador argentino Jorge Luis Borges haya dedicado un poema al ajedrez; él, al igual que los mas de 500 millones de jugadores de esta disciplina en todo el mundo, reconocemos el alto valor competitivo, el rigor científico y la estética artística que se ejecuta y exhibe sobre las 64 celdas del tablero donde los ejércitos de la mente, la lógica, la intuición y la estrategia se baten a duelo mortal hasta que alguno de sus artífices exclama: ¡Jaque mate!

Antes de ahondar en las cuestiones ajedrecísticas y de dejarlos en compañía del gran maestro internacional de ajedrez Rafael Espinoza, considero un deleite exponer las líneas borgianas citadas:

I

En su grave rincón, los jugadores

rigen las lentas piezas. El tablero

los demora hasta el alba en su severo

ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores

las formas: torre homérica, ligero

caballo, armada reina, rey postrero,

oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,

cuando el tiempo los haya consumido,

ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra

cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.

Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada

reina, torre directa y peón ladino

sobre lo negro y blanco del camino

buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada

del jugador gobierna su destino,

no saben que un rigor adamantino

sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero

(la sentencia es de Omar) de otro tablero

de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonía?

No cabe duda de que cada una de las batallas que se libran en los tableros de ajedrez son por demás símiles de las batallas que se libran fuera de él, que la paciencia, la planeación, el análisis, la acertada lectura de las circunstancias, la innovación, el aprovechamiento de los errores del otro, la concentración y el conocimiento teórico son los ingredientes necesarios para doblegar al Rey del color contrario. Así, podemos ver que la práctica del ajedrez es la práctica de la estrategia para enfrentar cualquier batalla. Al respecto, Bobby Fischer decía: “Petrosian sabía detectar y alejar el peligro veinte jugadas antes de que este surgiera”.

De igual forma, el carácter deportivo del ajedrez nos permite mantener el espíritu de justicia, juego limpio, entrenamiento y humildad propicios para ganar y perder con honor. El ajedrez es un deporte, un juego que representa aquello que la competencia debería de ser, por ello al finalizar cada partida ambos jugadores se dan la mano y sin embargo, la historia de esta disciplina es también la historia de rivalidades irreconciliables, anécdotas que le ponen sal y pimienta a la memorias del juego de la mente.

Hay quien asegura que el número de combinaciones que se pueden dar con las piezas del ajedrez en sus 64 casillas, supera las 10120, es decir, 10 con 120 ceros a la derecha, es decir, más combinaciones posibles que los átomos del universo. Entonces, más que el tablero sea un campo de batalla para las 32 piezas, es un terreno de posibilidades casi infinitas para el pensamiento y la abstracción. Tal vez por eso para José Raoul Capablanca “El ajedrez, como todas las demás cosas, puede aprenderse hasta un punto y no más allá. Lo demás depende de la naturaleza de la persona”.

Por ello, es motivo de orgullo que en la ciudad de Puebla habite y comparta su experiencia con nosotros el gran maestro internacional de ajedrez Rafael Espinoza. Él, da cuenta de la pasión y motivación que este deporte puede despertar en los seres humanos. El Mtro. Espinoza es el ajedrez previo que existe en la mente y se materializa en el tablero, es la partida que concluye en su imaginación alzada en el mate sobre su adversario cuando éste aún no ha notado su derrota, es el conjunto de posibilidades sobre el entramado de 64 casillas, es el Peón y su resistencia metamórfica, el Alfil oblicuo de Borges, el caballo y su talante que cimbra el tablero, la Dama y su ágil desplazamiento, la Torre y su danza perpendicular que acorrala y desmiembra la estrategia del oponente, es el Rey y sus rescoldos de donde ningún ajedrecista logra exponerle a merced de sus verdugos.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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