Opinión

Bioculturalidad: desde lo profundo de los pueblos originarios

27 diciembre, 2024 8:01 pm
Eduardo Pineda

Eckart Boege Schmidt es sinónimo de estudio y entrega por los pueblos originarios de México y del mundo; ha dedicado su vida, al menos los último 50 años de su vida, a entender la relación entre los pueblos indígenas (también llamados aborígenes, autóctonos u originarios) y la bastedad, riqueza y diversidad natural de los territorios que habitan. Entre las múltiples conclusiones que ha obtenido y plasmado en su extensa obra bibliográfica, el doctor e investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia, revela que existe una estrecha relación entre las regiones naturales mejor conservadas y la presencia de sociedades indígenas; pareciera que han evolucionado al unísono a través de una sinergia, de una simbiosis entre el ser humano y su hábitat: la naturaleza les proporciona los recursos para vivir y los humanos la respetan, la valoran y la defienden de los intereses que el gran capital manifiesta para su explotación. Esta relación, me parece que nos queda claro a todos, es rarísima y sólo ocurre cuando se trata de comunidades que se han desarrollado de la mano con sus riquezas ecosistémicas. En cambio, la relación de las sociedades citadinas es absolutamente lo contrario, donde la indiferencia, abuso, transgresión, violación e irrupción sobre las regiones naturales ha sido históricamente devastadora.

Así lo podemos leer y entender en los textos que el Dr. Eckart nos ha legado como una forma de lucha desde la trinchera de la academia en favor de los pueblos que han habitado las regiones que hoy se muestran vulnerables ante la civilización tecnificada, alineada y conducida por los intereses neoliberales de consumo y vanidad, donde todo, absolutamente todo, tiene un precio y puede ser canjeado por dinero sin importar su valor histórico, cultural o biológico.

En el devenir histórico de la humanidad ha existido un divorcio entre la sociedad que se desarrolla a pasos agigantados desde: la industrialización y tecnificación, la opresión disfrazada de trabajo mal remunerado, la cosificación de los valores más elementales, la corrupción de los poderes políticos -como el caso de México que es gobernado por un narcoestado desde las últimas décadas del siglo XX-, la influencia de la cultura estadounidense de prostitución y enajenamiento mercantil, la hipocresía religiosa y el atropello social desde la forma de educar a las infancias hasta la manera de organizar las grandes ciudades sin importar las necesidades de las mayorías que viven en la pobreza y sobreviven de la limosna de los gobiernos falaces, populistas y bananeros.

Por ello es menester pensar y reflexionar desprovistos de los filtros que la modernidad nos impone, entender que la única forma de enderezar el rumbo es replantear la forma en la que estamos educando a las nuevas generaciones, es decir, deseducar, como decía el filósofo Freire o deconstruir la manera en que lo estamos haciendo, como nos propone el pensador argelino Jackes Derridá. Voltear a ver la convivencia que los pueblos indígenas han construido con su entorno, pero no para folklorizar sus tradiciones, sino para entenderlas y respetarlas, haciéndonos consientes de cómo viven y como cohabitan, valorando los saberes locales que la tradición milenaria les otorga como herencia de los pueblos que poseen una forma de conocimiento que ignoramos y despreciamos por no comprenderlo  y vivir cegados y sesgados hacia la tecnociencia que nos hace más fácil  y cómoda la vida para destinar nuestro tiempo a enriquecer a unos cuantos en lugar de realizar quehaceres que nos permitan aquello que los masewal denominan “yeknemilis” (vivir bien, dignamente, solidariamente, en comunidad, para el bien propio y también para el bien común).

Eckart Boege propone una mirada hacia las próximas cuatro décadas, la plasma en el “Códice masewal” y nos la entrega en esta conversación, donde no deja un solo cabo suelto y teje desde los conceptos hasta la praxis, una forma de entender la vida y un motivo por el cual vale la pena vivirla.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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