

En las primeras horas del 12 de julio, cuando los gallos de Balcones de Oblatos apenas pensaban en cantar, la vida de Karla Bañuelos, una joven de 28 años, se evaporó con la misma brutalidad con la que en este país se evapora la esperanza. La mató un fusil, pero mucho antes la había matado el odio ancestral que esta tierra cultiva contra las mujeres como quien siembra maíz: con rutina, con impunidad, con institucionalizada resignación.
Su verdugo, Kevin N., no llegó con saña improvisada. Llegó en una camioneta blanca, sin placas, con el anonimato como parte de su uniforme de asesino. Llevaba sudadera azul, tenis blancos y un fusil AR-15. Lo traía escondido de la misma forma que se esconde un secreto inconfesable. Frente a la puerta de Karla, discutió, gritó, intimidó… y luego disparó. Primero al piso, avisandole al mundo que lo peor estaba por venir. Después, con puntería militar, le vació el alma de un solo disparo, frente a su hija de 12 años, que desde entonces carga un trauma tan grande como su orfandad.
Lo que pasó con Karla no fue un crimen pasional. No fue un “problema de pareja”, como aún lo susurran algunos vecinos que no quieren problemas con el sicario. Fue feminicidio. Fue la culminación del desprecio estructural que la misoginia destila gota a gota sobre millones de mujeres. Porque Karla no murió sola: con ella murieron otras once niñas y adolescentes entre enero y febrero de este mismo año en México. Con ella, y como ella, han sido asesinadas 2,614 menores de edad desde 2015, muchas con arma blanca, otras con balas frías, todas con el mismo mensaje: su vida vale menos.
Cuando la noticia se hizo viral, cargando consigo años y años de historia sangrienta, el gobernador de Jalisco, Pablo Lemus, anunció con aire de justicia cumplida: “El que la hace, la paga”. Pero nadie pagó por las omisiones, por los gritos ignorados, por las leyes que existen solo en papel y las instituciones que posan para la foto mientras las niñas se desangran en patios ajenos.
Kevin fue detenido nueve días después, como si el Estado lo hubiera atrapado por azar, y no por decisión. Mientras tanto, el crimen sigue en las redes, repitiéndose una y otra vez, el un país que no sabe vivir sin mirar su propio espejo roto.
Los diccionarios lo llaman “odio a la mujer”. Los sociólogos lo analizan en conferencias. Las instituciones prometen protocolos, comisiones y estrategias. Pero Karla ya está muerta. Y su hija ya lo vio todo.
Y lo que vio, aunque no lo sepa aún, no fue solo el asesinato de su madre. Fue el retrato nítido de un país que aún no aprende a amar a las mujeres, y que prefiere callar, cerrando los ojos ante el fuego, esperando que no queme.
Detienen a Kevin “N”, presunto responsable del feminicidio de Karla Bañuelos, el pasado 12 de julio en Guadalajara. pic.twitter.com/rDh5R1GsQH pic.twitter.com/w4EFO2Dnl8
— Monica Garza (@monicagarzag) July 21, 2025