Opinión

En la piel de otro

28 junio, 2024 8:01 pm
Eduardo Pineda

Las diversas emociones nos gobiernan, nos visitan, algunas se quedan y otras se van, algunas formarán parte de nuestra vida durante todo el tiempo que estemos por aquí y definirán la manera de actuar y reaccionar ante la realidad. Nos hacemos de ellas, las concientizamos y las incorporamos a nuestro modo de vida, digamos que nos definen.

Sin embargo, en ocasiones imaginamos cómo seríamos si esa colección de emociones que poseemos fuera de otra manera. Si no somos efusivos o depresivos, tal vez nos preguntemos algún día qué pasaría si lo fuéramos, y es casi imposible saberlo. Como decíamos, nuestra personalidad definida desde la infancia y adolescencia difícilmente cambiará; pero, existe una manera de experimentar una vida que no tenemos, ponernos en situaciones inimaginables en nuestro día a día, jugar, por así decirlo, a ser otra persona, a vivir historias que nuca nos van a ocurrir. La actuación constituye esa posibilidad de habitar la piel de otro, de sentir y actuar como si rebobináramos la vida hasta su comienzo y construyéramos a ese “alter ego” con el que vamos a jugar.

Un actor, ya sea que juegue en el escenario teatral o frente a la cámara de cine o televisión, aborda a su personaje desde la intuición y el profundo entendimiento de su contexto, ingresa a su entorno irreal pero posible, escudriña hasta el último ápice de personalidad e imagina las atmósferas que le rodearían si fuera real. Es como si el actor fuera el lector más perspicaz del guion o de la novela hecha guion, o de las páginas de la historia que desea revivir frente al público sabedor de que aquel que la representa está fingiendo, pero ha decidido creerle por unos minutos.

De manera que, el espectador ofrece su credibilidad para transformar al actor en su personaje, es un juego compartido, una complicidad hecha arte, una confabulación de imaginaciones, un deleite onírico que ignora al mundo y sus “hechos de facto” para acariciar de primera mano lo que no es, es una negación, una decisión de la que nunca se arrepiente.

Al estudiar al personaje, como se dice en el argot de la actuación, también se le imprime una fuerte dosis de rasgos propios, es una reconstrucción con estilo personal, donde se regala parte de la vida a cambio de una mirada expresiva, del aire contenido, de la mueca espontánea, del aplauso al final de la obra.

El actor entiende el escenario como un recinto de aislamiento por “motum proprio”, como forma de exilio temporal, de abandono de la piel que, asida al cuerpo, nos pertenece desde nuestro habitar en el vientre materno; lo elige porque lo cautivó desde el principio la idea de cambiar de piel como si fuera un vestuario. En ese aislamiento se encuentra consigo mismo, se reconcilia con sus demonios, se descubre tal cual es, porque en cada cambio de piel se mira desollado, sin ese maquillaje que forjó desde la infancia, sin las ataduras de la personalidad, sin la imperativa necesidad de agradar a otros; deja de ser él, su “yo” se esfuma y con él se evapora también el ego, se abandona, muere de frío porque tiene la carne expuesta a la intemperie, le arde, no es fácil la desnudez en el mundo de los vestidos y, entonces, se prueba otros atavíos, los busca entre las dramaturgias, los elije y se los ajusta al cuerpo para jugar a ser ese otro y después volver por su propia piel sólo antes de encaminarse de nuevo a las bambalinas y seguir así, durante toda su vida, en la piel de otro.

Humberto Moreno, tomó esa decisión, habita el mundo experimentando, transformándose, camuflado en esta realidad parca y cada vez con menos sentido, se oculta, se asoma, se prueba la piel de sus personajes, los representa, les da vida, los deja como legado cultural, los deja en la memoria de su público, nos los regala para que imaginemos más de lo que conocemos, para que prefiramos el mundo de los sueños, para que nos neguemos a seguir la corriente dictada por los “hechos de facto”, para que seamos rebeldes y, tal vez, para que algún día, nos atrevamos también a vivir, por momentos, en la piel de otro.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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