Opinión

Entrevista especial a Guillermo Ruiz Argüelles

11 octubre, 2024 8:01 pm
Eduardo Pineda

Cuatrocientos años antes del nacimiento de Cristo, en Grecia, uno de los primeros médicos de los que se tenga registro, Hipócrates, dictó para sus discípulos un juramento que, por desgracia, ha tomado un rol simbólico y protocolario y no un sentido pragmático e instructivo.

La práctica de la medicina está abandonando el terreno del arte y la compasión hacia los que necesitan un remedio para sus males y se adentra cada vez, con mayor fuerza en el terreno del mercantilismo y el comercio del dolor.

Si repasamos el juramento hipocrático encontramos un listado de máximas, un instructivo, una guía ética en la conducción de una profesión cada vez más necesaria y urgente. Sin embargo, podemos ver también, con tristeza, cuánto de esas líneas se ha decidido ignorar.

“Venerar como a mi padre a quien me enseñó este arte”, dice Hipócrates. Los estudiantes de medicina deben ver las enseñanzas de sus mentores como una herencia del conocimiento acumulado en los siglos que el ejercicio de la medicina lleva en nuestra civilización. Agradecer por ello y atesorar la experiencia que les es dada para enriquecerla con la propia.

“En cualquier casa que entre, lo haré para bien de los enfermos, apartándome de toda injusticia voluntaria y de toda corrupción”, aconseja el galeno de la Grecia antigua. Es lamentable atestiguar que la mayoría de los médicos de la época moderna transgreden esta promesa una y otra vez, como un modus operandi, como un estilo de vida, y hacen de la farsa y el engaño una manera rutinaria de llevar a cabo su profesión en aras de enriquecerse a costa del sufrimiento humano.

“No tallaré cálculos, sino que dejaré esto a los cirujanos especialistas”, sentencia el padre de la medicina. Es claro que, para Hipócrates, un médico que no posee la experiencia necesaria en determinada área, debe recomendar a su paciente acudir al especialista, pero, cuántos en realidad lo hacen, muy pocos. Y es que, todo sea por “no perder al paciente” (el precio de la consulta), “todo sea por no perder prestigio”, la falta de humildad y el exceso de ambición nublan la conciencia de algunos poniendo en riesgo la integridad de aquello que confían en sus juicios.

“No prestaré colaboración alguna a los poderes políticos que pretendan degradar la relación médico-enfermo restringiendo la libertad de elección, prescripción y objeción de conciencia”, con sabiduría pide Hipócrates a sus pupilos. Qué podemos decir en un país como el nuestro al respecto de este renglón. Cuántas decisiones políticas y económicas afectan irremediablemente la práctica médica. Cuántos materiales básicos de curación, medicamentos de alta especialidad como los oncológicos, vacunas para la población infantil y un muy largo etcétera, no hay en los hospitales públicos a causa de las desinteligencias políticas de nuestros gobiernos.

El juramento hipocrático continúa, robustece éstas y otras sentencias y dicta las normas éticas. De igual forma nos hace pensar una y otra vez lo hermosa que sería la medicina si volviera a ser un poco más humana.

Sin embargo, es gratificante y motivo de orgullo que, en nuestra ciudad, médicos como los que integran la familia Ruiz generación tras generación, mantengan el sentido humano y la praxis honorable de la medicina pese al mundo arrebatado de ambición y vanagloria.

El doctor Guillermo Ruiz Argüelles deja de manifiesto que es posible salvaguardar la vida y bienestar de los enfermos anteponiendo siempre el anhelo de superación académica, la investigación científica y la innovación para la prevalencia de la calidad de vida de sus pacientes.

Acudiendo de nuevo a Hipócrates, la forma en la que el doctor Guillermo Ruiz ejerce con honor la medicina, nos permite entender la imperativa vigencia de las palabras que los egresados juran solemnemente: “Procuraré mantener mis conocimientos médicos en los niveles que me permitan ejercer la profesión con dignidad”.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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