Opinión

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14 marzo, 2025 8:01 pm
Eduardo Pineda

María Montessori, una de las mentes más prominentes en el terreno de la educación, la pedagogía, la filosofía educativa y la psicología del aprendizaje, puso en el centro del fenómeno de la educación el concepto que en latín se diría “facere” y al castellano se traduciría como “hacer”. Aprender haciendo, aprender en la aceptación del error y no en la búsqueda implacable de la perfección. Aprender jugando, aprender en un proceso divertido y natural. Aprender construyendo, aprender sin la forzosa necesidad del que profesa una verdad (profesor) y el que, sin luz, busca la verdad en él (alumno, a: sin, lumini: luz), en cambio aprender en un proceso de compartir experiencias, saberes, sentires y contextos en una relación de maestro-estudiante.

Esta visión de la adquisición de información, habilidades, virtudes, técnicas, saberes, experiencias, reflexiones, métodos, hábitos y un muy largo etcétera, no sólo es aplicable a la educación llamada “formal” sino a toda forma de aprendizaje, y estoy seguro que resulta mucho más efectiva que cualquier otra porque privilegia dos conceptos que me parecen fundamentales para un aprendizaje significativo y fructífero: la libertad y la autodeterminación guiada sin imposición.

Por ello es grato conocer un ejemplo vivo de lo anterior, el artista plástico Pedro González, vecino de la ciudad de Puebla, expresa con orgullo su proceso en la escultura, refiere nunca haber tomado clases y habla acerca del significado que tiene para él la imaginación, la libertad y la creatividad. Es imposible hacer arte sin estos tres ingredientes, pensé al conversar con Pedro.

Revisando su obra tuve claro, otra vez, que la filosofía educativa desprovista de los modelos dictatoriales de mediados del siglo XIX que continúan hasta nuestros días, en efecto, es quizá la única forma de desarrollar talento auténtico. En las piezas de Pedro González podemos apreciar la expresión mas acabada de las reglas rotas y las normas omitidas, son una transgresión a la evolución biológica y un camino paralelo para entender la vida como concepto y no como proceso celular.

De manera que la apreciación artística nos permite ingresar a otras realidades y nos da oportunidad de practicar la virtud de la humildad al hacernos conscientes de que la realidad no se agota en aquello que percibimos. El arte es la puerta de acceso al mundo onírico, contemplativo y surreal que sólo puede asirse con la imaginación y no con las reglas materiales que han servido para “enseñarnos a vivir”.

Pedro González es el escultor de su versión de la vida, de su forma auténtica de auto educarse y auto instruirse y de la realidad imaginaria que nos ofrece en cada una de sus piezas.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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