“La Virgen Loca”
Eduardo Pineda
Las artes escénicas se vistieron de gala con la presentación del primer actor Alejandro Camacho en el monólogo “La Virgen Loca”. En una muestra arrebatadora de expresión facial y diálogo continuo que mantuvo al público en el filo de la butaca y debatiéndose entre la tragedia y la comedia, Camacho cautivó a los poblanos una vez más con esta puesta en escena que narra las perspectivas de vida de una mujer de 160 años que nunca ha tenido pareja.
La virgen loca, como le apodan sus vecinos, es una católica fanática que reza todos los días a San Antonio para que un varón llegue a su vida y termine con su eterna soledad para siempre, pero, sus costumbres y manías no le permiten ni siquiera con el santo de los enamorados tener una conversación que le conduzca al éxito de sus plegarias.
La constante necesidad de aceptación y la fe puesta en una escultura religiosa, hacen de la virgen loca, una mujer surreal pero posible, exigente pero rogona, imaginaria pero muy probablemente real. Donde la figura de mujer no por anciana menos vigoréxica, encarna los estereotipos que se enraizaron en el México de mediados del siglo pasado: su léxico, sus “mañas”, su forma de explicar el entorno social, su forma de suplicar clemencia a la divinidad, su voz en un vaivén de resistencia y debilidad fácilmente nos hacen pensar en más de una persona conocida; de manera que el libreto de esta obra de teatro es también un estudio antropológico de ese sector social que sigue permeando en la cultura de nuestro país: abnegación y sumisión en una amalgama de fuerza y devoción.
La virgen loca también nos regala la risa de la tragedia, costumbre por demás emblemática de nuestra sociedad que cuando se ha cansado de llorar ríe de su propio sufrimiento. La soledad es el yugo del personaje que magistralmente representa Camacho, y con ella el “qué dirán”, el rezago, el rechazo y el señalamiento de la sociedad que la juzga y castiga con el desprecio. Pero en su mundo de santos y rezos, de velas y reclinatorios, la virgen loca se reconforta con el producto de sus imaginaciones y ensueños, nada lejano a lo que el mexicano hace cuando le niegan las posibilidades y le prohíben las oportunidades de tener una mejor vida. En este montaje, actor, director y guionista nos ponen frente al espejo, nos muestran que ante la cruel negación de la realidad es la imaginación voluntariosa la que nos salva del infierno en la Tierra.
Y qué decir de la actuación de uno de los más grandes maestros de la gesticulación y modulación de la voz. Alejandro Camacho simplemente absorbe el escenario con la mirada y la mueca que se expresa antes de pronunciar el libreto. En un ritmo que cambia del paso lento y la voz taciturna a la prisa y el arrebato, el público ríe y enmudece en el mismo instante en un abanico de emociones que aún después de cerrado el telón cuestatrabajo asimilar.
La representación de La virgen loca si bien se desarrolla en una atmósfera avejentada y religiosa transita por más de tres escenarios sin cambiar un solo elemento escenográfico y todo gracias al trabajo actoral y de dirección que nos transporta a lugares y momentos distintos a los que estamos observando.
Es sin duda un exquisito regalo para los amantes del teatro, una experiencia única y el mejor pretexto para volver a los teatros, al disfrute de la ficción escenística y al escaparate, al menos por unos minutos, de la realidad que no se basta y por ello se actúa, para vivir otras vidas, para habitar otros mundos.
(Fotografías de archivo del Teatro Principal de Puebla, abril 25 del 2023)
Eduardo Pineda
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