Opinión

Las deficiencias de la educación superior en Japón: ¿un sistema poco exigente?

24 septiembre, 2025 7:00 am
Alejandro Kasuga


En México solemos mirar a Japón como un país modelo en educación, disciplina y calidad. Y es cierto que en muchos aspectos, sobre todo en la educación básica y media, los japoneses destacan: niños que limpian sus aulas, estudiantes que respetan a sus maestros, y una preparación sólida en matemáticas y ciencias que les permite ocupar buenos lugares en pruebas internacionales como PISA. Sin embargo, hay una cara menos conocida del sistema educativo japonés: la debilidad de su educación superior.

La exigencia más fuerte que enfrentan los jóvenes japoneses ocurre antes de entrar a la universidad, en lo que se conoce como el ‘examen infernal’ de admisión. Meses –incluso años– de preparación en las academias privadas (juku) marcan la vida de millones de estudiantes que buscan un lugar en universidades prestigiosas como Tokio, Kioto u Osaka. Una vez dentro, la historia cambia radicalmente: el nivel de exigencia cae drásticamente. En Japón existe la idea extendida de que la universidad es un ‘descanso’ después de años de esfuerzo académico. Para muchos, esos cuatro años son vistos como una pausa antes de incorporarse al mundo laboral. De hecho, un dicho popular resume la situación: ‘Si sobrevives al examen de entrada, sobrevives a la universidad’.

Esta falta de rigor académico trae consecuencias importantes. Los jóvenes japoneses dedican gran parte de su vida universitaria a actividades extracurriculares, deportes, clubes estudiantiles y, sobre todo, a buscar empleo a través del sistema de reclutamiento masivo conocido como shūkatsu. En este esquema, las empresas contratan a estudiantes durante su último año de universidad, incluso antes de graduarse, sin evaluar demasiado el contenido de su formación académica.

Esto genera un círculo vicioso: las empresas no exigen conocimientos profundos porque valoran más la disciplina y la capacidad de adaptación, y a su vez, las universidades no presionan a los alumnos porque saben que su futuro laboral está prácticamente asegurado. El resultado es que Japón tiene muchas universidades, pero muy pocas aparecen en los rankings internacionales de investigación y prestigio académico.

Si contrastamos con países como Estados Unidos o Alemania, la diferencia es clara. En esas naciones, la universidad es el momento de mayor exigencia intelectual: proyectos, investigaciones, prácticas y un enfoque en el pensamiento crítico. En cambio, en Japón los estudiantes universitarios suelen tener mucho tiempo libre, lo cual en ocasiones se traduce en un déficit de innovación y creatividad. Incluso dentro de Asia, Japón ha perdido terreno. Corea del Sur, Singapur y China han impulsado universidades de clase mundial que superan a las japonesas en producción científica, investigación y visibilidad internacional.

No son pocos los intelectuales japoneses que han señalado esta deficiencia. Algunos rectores de universidades reconocen que la baja exigencia es un problema estructural que limita la capacidad del país para generar innovación. Japón es fuerte en manufactura y disciplina organizacional, pero se ha rezagado en investigación académica frente a sus vecinos. De hecho, organismos internacionales han advertido que la poca exigencia universitaria está relacionada con la caída en patentes, publicaciones científicas y competitividad tecnológica en las últimas décadas.

¿Qué podemos aprender en México de este contraste? Primero, que no basta con idealizar a Japón como un modelo educativo perfecto. Su fortaleza está en la formación temprana, en la disciplina de los primeros años y en los valores comunitarios. Pero su debilidad universitaria nos recuerda la importancia de mantener la exigencia a lo largo de toda la trayectoria educativa. En México a veces ocurre lo contrario: nuestras universidades son vistas como espacios de prestigio y exigencia, pero los niveles básicos presentan rezagos enormes. El reto está en equilibrar ambos extremos: formar jóvenes con disciplina desde pequeños y mantener una exigencia universitaria que los prepare para un mundo laboral cada vez más competitivo y cambiante.

La educación superior japonesa tiene prestigio internacional por la historia y el nombre de sus universidades, pero no necesariamente por la exigencia académica. Su mayor fortaleza está en la disciplina previa y en la transición casi automática al empleo. Sin embargo, esa misma comodidad se convierte en una debilidad que frena la innovación y la investigación. Para México, esta es una lección clara: debemos aprender lo positivo del modelo japonés, pero también evitar sus errores. La universidad no debe ser un descanso, sino un espacio donde los jóvenes realmente se preparen para transformar a su país y enfrentar los retos del futuro.





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