
Puntualidad japonesa: base del éxito… incluso en la diversión
Alex Kasuga

En el mundo empresarial, la puntualidad es mucho más que una buena costumbre: es la base de la disciplina, la eficiencia y, en última instancia, del éxito. En Japón, este principio se vive con tal congruencia que no solo aplica en el trabajo o los negocios, sino también en la vida cotidiana… incluso en la diversión.
Ser puntual no es simplemente llegar a tiempo. Es una forma de respeto, de organización, de responsabilidad. Un líder que llega tarde transmite desorden; un colaborador impuntual proyecta desinterés. Pero cuando toda una sociedad valora el tiempo como un recurso compartido, se construye una cultura de excelencia. Japón lo demuestra con hechos.
Desde la infancia, los japoneses aprenden que respetar el tiempo es respetar a los demás. Las escuelas inician con puntualidad absoluta, los trenes bala llegan al segundo y las reuniones empresariales no esperan a nadie. Esta disciplina colectiva es parte del motor que ha hecho de Japón una de las economías más avanzadas del mundo.
Pero lo más revelador es que esa puntualidad no se limita al ámbito laboral. En Japón, incluso el ocio sigue reglas de tiempo. Las bodas tienen itinerarios cronometrados, los conciertos empiezan exactamente a la hora, los eventos escolares no se alargan más de lo acordado. La diversión también se vive con respeto al tiempo.
Un ejemplo fascinante es el karaoke. Aunque para muchos es un espacio de espontaneidad, en Japón se reserva por horas específicas. Cada grupo administra su tiempo, calcula cuántas canciones puede cantar y se organiza para que todos participen. No se improvisa ni se extiende de más. Incluso la catarsis emocional se vive con orden.
Otro caso es el de los nomikai, esas cenas entre compañeros de trabajo. Aunque tienen un ambiente relajado, todos llegan puntuales, se respetan los horarios de reserva y se terminan a la hora acordada. ¿La razón? Porque en Japón no se puede ser puntual en unas cosas y permisivo en otras. La congruencia genera confianza y credibilidad.
Y esa es una gran lección para el mundo empresarial fuera de Japón: no basta con ser puntual para cerrar un negocio o iniciar una junta. La verdadera puntualidad es un valor integral. Si se quiere construir una cultura organizacional sólida, los valores deben vivirse dentro y fuera de la oficina.
En Latinoamérica muchas veces caemos en la trampa de justificar la impuntualidad con frases como “es que es una reunión informal” o “total, es solo una comida”. Pero cuando relativizamos nuestros valores, debilitamos nuestra cultura. Japón nos enseña que los principios se refuerzan con coherencia. Y que la disciplina bien aplicada también se refleja en cómo nos divertimos.
Así que la próxima vez que llegues tarde a una comida con tu equipo o a una celebración familiar, recuerda: la puntualidad no solo mejora la productividad, también fortalece la confianza, el orden y el respeto mutuo. Ser puntuales, incluso en la diversión, también es una forma de liderar con el ejemplo.