Opinión

Ríete

18 octubre, 2024 8:01 pm
Eduardo Pineda

Charles Dickens, escritor e intelectual, decía: “Es una ley de la compensación justa, equitativa y saludable, que, así como hay contagio en la enfermedad y las penas, nada en el mundo resulta más contagioso que la risa y el buen humor”. Esta idea importada a la atención urgente que requieren los grupos más vulnerables, nos precisa la existencia de artistas escénicos dispuestos a enfocar su trabajo en contagiar la risa. Ya que es una de las expresiones más poderosas del ser humano, vemos por ejemplo que con cada carcajada se activan cerca de 400 músculos en nuestro organismo, un movimiento equivalente a un ejercicio aeróbico que desata distintos beneficios para nuestra salud tanto física como la mental. Para Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, la risa libera la negatividad de nuestro interior y la reemplaza con pensamientos positivos. En filosofías como la taoísta, la risa es fundamental para conservar y tener una buena calidad de vida, paz mental y darle a la mente un espacio de pausa en medio del ajetreo de la cotidianidad, espacio necesario para replantear una situación, evitar una reacción violenta y tomar mejores decisiones, o, lo que es aún más útil, no decidir algo si no es imperativo hacerlo.

La nuestra -y más en el siglo XXI- es una realidad atroz que privilegia la competencia y descalifica la cooperación, antepone la “cultura del abuso” sobre la solidaridad humana que nos es dada de facto desde el nacimiento. Vamos aprendiendo a atropellar al otro, a pasar por encima de quien sea para llegar a la satisfacción inmediata, hemos perdido la responsabilidad, es decir la capacidad de responder, por nuestros actos.

Construyendo así, una sociedad sumida en la injusticia, la impunidad, la vanagloria, el consumismo, la cultura del “fast food” el ruido y la intoxicación física y mental; dejamos pocos lugares dispuestos a la sensibilidad y el reconocimiento de las emociones. Nos hemos prohibido sentir, llorar y reír. Ocupamos mas de la mitad del día trabajando para enriquecer a unos cuantos y la otra mitad expuestos al entretenimiento masivo a través del cual se ejerce dominio y control desde los poderes fácticos.

Lo anterior ocurre a nivel global y sociedades como la nuestra no se salvan, y, por si fuera poco, suman a su desgracia los aparatos gubernamentales, poderes amalgamados con el crimen organizado y las grandes empresas transnacionales, narco estados como el nuestro que han convertido a sus pueblos en obreros de la fabricación de chatarra o productores de drogas.

Ante esta realidad que duele y pesa, pregunto hacía dónde podemos voltear, qué tan urgente resulta la construcción de una trinchera desde la cual resistir el embate lascivo del egoísmo reinante en la humanidad posmoderna.

Existen pocas, pero importantísimas velas encendidas entre la obscuridad de la ignominia, una de ellas es el arte escénico que se aboca a llevar la risa a los sectores a quienes les resulta más urgente. Vanessa Nieto trabaja desde el clown en busca de la reconexión humana, de virar 180 grados la vida de sus espectadores para que regresen, al menos por un instante, a la cara de la moneda que ofrece paz, libertad y reflexión, libertad en el sentido amplio: libertad de pensamiento.

Vanessa logra esa compensación justa, saludable, urgente. Esa fórmula entre el humor reflexivo y la carcajada infantil que olvidamos al crecer, entre el análisis de la realidad y la pausa en la carrera por vivir. Ella nos devuelve, en un suspiro posterior a la risa, la tranquilidad que proporciona la mente en calma. Ella es, de esta forma, la terapeuta de la sociedad que suelta la mandíbula para reír en lugar de apretarla para odiar.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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