Sigamos en casa
Éramos felices y no lo sabíamos, hasta el 20 de marzo del histórico 2020.
La invitación a confinarnos entre los muros de nuestros hogares por 40 días, lo veíamos como una pesadilla, nos faltaba el estrés de salir corriendo cada día para cumplir con un horario laboral, nos faltaba la frustración por los congestionamientos de tránsito que nos encerraban en un automotor con el estridente escándalo de los claxonazos, los motores de las motocicletas, y los obligados recordatorios maternales de los ases al volante.
Pero éramos felices y no lo sabíamos.
De pronto surgió aquello de “quédate en casa” y la vida cambió. Para unos se convirtió en tragedia porque no todos están acostumbrados a convivir y tolerarse en familia.
Y así la invitación por 40 días se fue prolonga y prolonga hasta llegar al año, y a los 16 meses.
Y cuando el decreto estatal lo permitió, comenzamos a salir y de vuelta el bicho asiático, el contagio, la enfermedad y la tragedia.
Apena comenzamos a redescubrir nuestra ciudad que registra baches por todos lados, zonas verdes abandonadas, ambulantes que ya hicieron suyas las primeras calles del centro porque ya son más ambulantes que comercios establecidos y va de nuevo la invitación “Quedate en Casa”
¿Qué sigue?
Este “quédate en casa” lamentablemente ya dejó a miles sin casa que tuvieron que reacomodarse con familiares.
Este “quédate en casa” ya dejó 73 millones de nuevos pobres, de los cuales 9.8 millones no tienen una moneda el los bolsillos para comer y van de los comedores de caridad, a los desperdicios de las taquerías y restaurantes.
Los poblanos que eran felices y no lo sabían y que hoy se quedan en casa, saturan las clínicas de la medicina social en busca de consulta y medicamento.
Y hoy lanzan un volado sobre la posibilidad de que sus hijos regresen a clases a un plantel, de plano jugársela en su hogar para seguir continuar con los cursos virtuales, con mayor experiencia tanto de los maestros como de los alumnos y su núcleo familiar.
