Opinión

Vibrato

9 febrero, 2024 8:00 pm
Eduardo Pineda

De entre todos los instrumentos musicales que el ser humano ha creado ninguno supera al instrumento natural con el que nacemos: la voz. A lo largo de la historia, cantar y hablar son actividades evidentemente inherentes a nuestra especie. Cantamos como una forma de expresión, lo hacemos para protestar, para declarar nuestro amor, para llorar con ritmo, para dar un mensaje y para contar una historia. Cantamos para transmitir un sentimiento, aunque el escucha no entienda nuestro idioma; cantar es una forma de trascendencia, de habitar el mundo y de coexistir con otros seres humanos.

Los que no cantan de manera profesional, lo hacen tarareando, equivocando la letra, completándola con un “la la la” o chiflando el final de la tonada. Pero todos cantamos, emulamos a las aves que trinan y al viento que se cuela entre el follaje de los árboles. Cantamos desde que somos bebés, muchas veces bailamos al cantar, aprendemos cantando, nos divierte, nos apasiona y nos da momentos de pausa en medio de una vida ajetreada.

La voz es una oportunidad, poco a poco la vamos modulando y aprendemos a usarla para alcanzar nuestros fines, comunicar nuestras ideas y defender la postura que tomamos ante la realidad que transcurre, intempestiva y desenfrenada.

Alguna vez oí a un maestro oriental preguntar si la voz existe cuando nadie la escucha; la respuesta es que sí; muchas veces cantamos para nosotros mismos, como si el inconsciente se manifestara y nos diera respuestas mientras cantamos. De manera que el canto es una forma también de comunicación espiritual. San Francisco de Asís aseguraba que al cantar alabanzas a Dios oraba dos veces, como si el canto multiplicara la intención de las palabras. Y es que al cantar también actuamos, gesticulamos, nos movemos, hacemos pausas, proyectamos fuerza y recogimiento, susurramos, lloramos y sonreímos. Cantar es quizá una de las formas más acabadas de crear, sobre el lienzo del aire, una obra maestra, con solo emitir sonidos con la garganta y el aíre que guardamos en el abdomen, como un fuelle que resopla en la caldera de una locomotora, la voz resopla en la caldera de nuestras vidas.

Y, aunque cantar, como ya hemos dicho, es algo que hacemos desde que empezamos el viaje por la vida, hay quienes han tomado el canto como una profesión y lo han perfeccionado a través de la técnica y el estudio profundo. Han acudido a la academia y han afinado su instrumento como un laudero que tensa y flexibiliza las cuerdas bucales con la misma pericia y gracia que lo harían con un violín o en cello. Emitir notas, alcanzar tonalidades, controlar la inhalación y exhalación y dibujar una partitura perfecta con la vibración de la voz, no es una tarea fácil.

Luciano Pavarotti decía que “Como una forma de arte, la ópera es una creación rara y notable. Para mí, expresa aspectos del drama humano que no pueden ser expresados de ninguna otra forma.” Y tenía razón y tenía derecho a hablar de esto porque concibió el canto como una forma única de expresión: “El canto no es repetición. Cada acto es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada en su propio ritual. Es… ¿cómo podría explicarte? un puño de vida”.

Gabriela Acosta ha entendido la esencia de ese ritual, la seriedad que exige el estudio de la voz y la magia de hacer vibrar el aire. También ha comprendido el disfrute que significa enseñar a otros el arte de respirar y manejar la voz.  Al respecto, Stephen Chun-Tao Cheng en su libro “El Tao de la voz”, nos revela el alcance que la expresión vocal puede tener bajo el enfoque de la voz como un vehículo para alcanzar la armonía y la paz.

El sentimiento, la visualización y la presencia corporal son elementos que se deben amalgamar en cada nota cantada y Gabriela Acosta lo hace con magistral perfección. Mostrando su voz como un terciopelo suave pero potente, liviano pero condensado en la proyección del sentimiento que solo a través del canto se puede expresar transmitiendo de la mejor forma los pensamientos y emociones que nos definen como seres humanos.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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