El arte como práctica de la indomabilidad
Eduardo Pineda
Indocilidad, indomabilidad, levantamiento, pronunciamiento, revolución, sublevación e insurrección, son algunas de las palabras que utiliza la Real Academia de la Lengua Española para definir “rebeldía”. De manera que la inconformidad ante la forma de ser y estar de la sociedad moderna, se puede traducir de la misma forma. Y de esta lista de conceptos que se asocian con la rebeldía, me gustaría detenernos por un momento en la indocilidad. Es claro que las sociedades de consumo, entre las que contamos a prácticamente todas las que conforman el orbe, deben ser sociedades dóciles para que su manejo resulte al menos no tan complicado.
Los poderes fácticos a quienes les precisa el control de la sociedad, logran su permanencia y expansión a través del dominio de los intereses, gustos y voliciones de cada uno de los individuos que integran a la sociedad. Así, este aparato de dominio es, al mismo tiempo, un aparato que ofrece una falsa satisfacción a sus gobernados con el fin de mantenerlos a raya y ejercer poder sobre sobre ellos.
Al respecto, el filósofo y pedagogo brasileño Paulo Freire aseguraba que “al sistema no le preocupa el pobre que tiene hambre, sino el pobre que sabe pensar”, y yo añadiría, después de observar la conducta social que evidencia la carencia de reflexiones y ensimismamientos urgentes para el despertar de la sociedad, que al sistema también le preocupa el pobre que sabe sentir, emocionarse y expresar sus necesidades imaginativas y artísticas. Tal vez por eso es rarísimo encontrarse con fracciones del sistema ocupadas en el desarrollo y promoción de las artes y la cultura, de la educación real y el libre pensamiento.
Nos preguntamos a menudo cuáles son las fracciones que configuran el llamado “sistema”, es decir, cuáles son esos “poderes fácticos”, y la respuesta la tenemos a la mano:
Gobiernos emanados de diversas formas de hacer política, desde las dictaduras, los oligopolios, las monarquías o las falsas democracias como las que privan en los “países en desarrollo” (también conocidos como repúblicas bananeras). Las grandes empresas transnacionales monopólicas y explotadoras del hombre y la naturaleza. Las religiones que abusan de la fe y la necesidad de creer y ensayan la doble moral y la hipocresía para mantenerse como figuras de autoridad. El crimen organizado que se confabula con los gobiernos en una de las formas más acabadas de corrupción y delincuencia de cuello blanco. Las instituciones educativas obedientes que forman niños y jóvenes indispuestos a la auto reflexión, el auto aprendizaje y la duda como forma de habitar el mundo. Los medios de comunicación censurados o autocensurados que entretienen a las masas haciendo gala de la máxima romana: “Panem et circenses (pan y circo)” que aparece en la Sátira X del poeta Juvenal, frase que es dada como la última atención del pueblo romano, quien había olvidado su derecho de nacimiento a involucrarse en la política. Y, por desgracia, un larguísimo etcétera.
Al leer que dentro del sistema que nos oprime, controla y explota está casi todo aquello que conocemos, preguntamos: ¿Qué nos queda?
-Precisamente aquello que no conocemos o que conocemos poco:
El arte: La emoción de las cosas, más que las cosas en sí mismas. La imaginación, más que el conocimiento en sí mismo. La voluntad de volver a ser seres humanos, más que el habitar el mundo para consumir y pagar deudas. El esparcimiento, más que el entretenimiento desprovisto de reflexión y razón. La expresión, más que la palabra vacía. La observación, más que la visión limitada. La contemplación, más que el arrojo y la prisa por llegar a ningún lado.
Por eso es importante volver a las artes, hacer una pausa y respirar, detener la marcha del caballo desbocado en que hemos convertido a la humanidad en los últimos siglos. Por eso es importante regresar a lo básico, contemplar el jardín, caminar descalzos, cerrar los ojos, llorar de vez en cuando, amar sin límites, gritar sin razón, abrazarnos de los ensueños que los artistas nos dan en cada danza, en cada actuación, en cada pintura, nota musical, párrafo o lienzo, sea cual sea.
En medio de la turbulencia política, de esta lacerante polarización social que nos han impuesto tras la máscara de la justicia social, en medio de la confusión y el desasosiego, queda un lugar donde refugiarnos, donde poder soñar despiertos: el teatro. Y Monika Tovar, con su larga trayectoria en los escenarios, nos enseña que es posible transcribir nuestra historia personal omitiendo las faltas de imaginación. Nos da un respiro y nos conmina, con su estilo único de rebeldía, a practicar la indomabilidad pese al sistema que nos pretende domesticar.
Eduardo Pineda
eptribuna@gmail.com