Apuestan obispos al diálogo para frenar baño de sangre en Guerrero

24 abril, 2022 9:25 am


  • Entre la población es un secreto a voces que los cuatro cárteles de Guerrero tienen representación política en ese estado

 

Chilapa de Alvarez, México.- Monseñor ‘Chuy’ aprendió a lidiar con las bombas en Israel y sobrevivió a un atentado de narcotraficantes. “Curados de espantos”, él y monseñor Rangel defienden el diálogo con los criminales para pacificar una de las regiones más violentas de México.

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Tras coincidir en Tierra Santa hace dos décadas, el destino de estos obispos mexicanos vuelve a cruzarse por voluntad del papa Francisco, quien nombró a José de Jesús González en la Diócesis de Chilpancingo-Chilapa en reemplazo del jubilado Salvador Rangel.

En esta zona del estado de Guerrero (suroeste) los descuartizamientos eran cotidianos en años recientes, por una guerra entre cárteles que se disputan la producción de goma de opio, amapola y marihuana en sus vastas serranías, y el acceso a puertos del Pacífico como Acapulco.

Para frenar el baño de sangre, Rangel, excustodio del Santo Sepulcro de 75 años, abrió un diálogo con los jefes de esas bandas tras asumir como obispo en 2015.

Ahora monseñor ‘Chuy’ (por Jesús y como le gusta que lo llamen) quiere seguir los pasos de su antiguo confesor, a quien conoció cuando estudiaba teología y refugiaba a jóvenes palestinos.

Hace siete años se sentía muy fuerte (la violencia). Ahora es diferente. La gente tiene esperanza de que se continúe” dialogando con los “malos”, dice a la AFP González, de 57 años, tras posesionarse el pasado martes.

De un pico de 117 asesinatos denunciados en Chilapa en 2017, la cifra bajó a 14 en 2021, según el gobierno. En Chilpancingo -capital de Guerrero- cayó de 159 a 50 en igual período.

Chilapa agradece a Mons. Salvador Rangel por traer paz a nuestra tierra”, se lee en una pancarta al paso de una procesión para agasajar a los dos franciscanos, acompañada con música, pólvora y danzas.

– Acusaciones –

Algunos pobladores atestiguan la mejoría. “Ya no se podía salir. Ahora, gracias a Dios, está más tranquilo. Pasan cosas, pero no como antes”, señala un conductor de ambulancia de 68 años.

Uno de esos remezones ocurrió el pasado 31 de marzo, cuando desconocidos abandonaron un vehículo en una calle de Chilapa con seis cabezas en el techo y otros restos humanos en su interior.

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Los asesinos -presuntamente del grupo Los Ardillos- dejaron un mensaje: “la plaza tiene dueño y se respeta”, cuentan moradores sobre la prohibición de la banda de comerciar drogas sin su permiso.

En sus gestiones, Rangel pedía a los capos cesar los homicidios y el cobro de extorsiones, y liberar a secuestrados.

Valió la pena. Me tocó salvar mucha gente secuestrada. En Chilapa, hace cinco años, había muertos todos los días, descuartizados, cobro de piso. Eso se detuvo”, asegura a la AFP el obispo, de gesto severo y tono firme.

Su labor también le valió amenazas de grupos de autodefensa que lo acusaban de pactar con los narcos -a los que aseguran resistir- y críticas de autoridades regionales.

Cuando he hablado cosas que no convienen a los políticos o a los narcotraficantes, es que se me han echado encima. Lo peor que pudiéramos hacer es quedarnos callados”, afirma Rangel, partidario de un diálogo entre el gobierno y el crimen organizado.

Entre la población es un secreto a voces que los cuatro cárteles de Guerrero tienen representación política en ese estado, escenario hace ocho años de la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, presuntamente a manos de policías y traficantes.





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