Opinión

El acceso a la realidad

23 agosto, 2024 8:01 pm
Eduardo Pineda

“To be or not to be, that is the question” (“Ser o no ser, ésa es la cuestión”). Ésta es, probablemente, la frase más célebre de la historia del teatro. La pronuncia Hamlet, el príncipe de Dinamarca, en su monólogo de la primera escena del tercer acto en la tragedia escrita por William Shakespeare. Los montajes clásicos solían representarla con una calavera en la mano, y el soliloquio, en la traducción que hizo Leandro Fernández de Moratín, continuaba así: “Ser o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?… Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir… y tal vez soñar”.

No cabe duda de que el teatro, sus líneas y representaciones pueden inscribirse de forma tal, que en la historia de la humanidad se diluyan entre la ficción y la realidad, hay máximas y reflexiones que por momentos olvidamos si provienen de una dramaturgia o si las hemos pensado o pronunciado en la vida real. Y es que el teatro es la forma más acabada de quiralidad entre la vida cotidiana y el mundo onírico de la construcción literaria –me refiero al guión–. Somos la imagen especular de aquello que pasa por la mente de los creadores, somos un reflejo de los escenarios o acaso ¿ellos, son un reflejo de nuestra vida?

No lo sabemos, pero si podemos tener certeza de que las artes escénicas nos precisan, tal vez los biólogos por todo el mundo deberían ampliar la definición de nuestra especie, Homo sapiens: el homínido que piensa, hacia Homo imaginari, Homo somnium: el homínido que imagina, el homínido que sueña.  Necesitamos el teatro, necesitamos el arte y necesitamos practicarlo, aprenderlo y aprehenderlo, así, con “h” y sin “h” aprenderlo para despertar en nosotros la multiplicidad de emociones que brinda la actuación, la capacidad de profundizar en el entendimiento de la dramaturgia y la dirección, así como la apreciación estética de los elementos que conforman una puesta en escena y, aprehenderlo: hacerlo nuestro, no soltarlo, no permitir que muera, no dejar que se difumine y se pierda.

Enseñar esta disciplina a las infancias será entonces imperativo, permitirles a los niños acercarse y quedarse a habitar el mundo desde el teatro nos conducirá como sociedad a una forma entrañable de empatía, de convivencia y de desarrollo humano. Por eso celebro que Maritza Ávila junto con el colectivo que encabeza hayan trascendido su compañía teatral hacia la instauración de un centro de enseñanza de las artes escénicas, respondiendo así a la necesidad social de no dejar que la imaginación se extravíe en medio de la jungla espesa de las sociedades de consumo y abandono de lo esencial.

Maritza lucha, trabaja y persiste por el sueño de una vida, por la misión que todo aquel que ha probado el significado del arte se propone: hacer de éste, el acceso a una realidad distante de los vicios más hondos de las sociedades actuales.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





Relacionados

Le podría interesar
Close
Back to top button