Opinión

La especie que siente

3 noviembre, 2023 8:00 pm
Eduardo Pineda

Hace 40 mil años, si no es que más, los seres humanos carecían de un lenguaje escrito, elaborado y complejo, la comunicación era oral y se transmitían los conocimientos de generación en generación y de tribu en tribu. Sin embargo, la naturaleza sensible de nuestra especie, que es innegable e intrínseca y que nos define y diferencia del resto de las especies animales, no podía contenerse en la oralidad. Si bien es cierto que había cantos, ceremonias rituales con danzas, historias de la imaginación y una elaborada red de mitos y magias, también cabe señalar que eran expresiones que no se podían perpetuar, eran efímeras y se evaporaban tras la mirada de los espectadores, tras las generaciones que ya no contaban aquello que era de los abuelos.

La sensibilidad humana quedaba a flote y se disipaba con el viento. Hasta que un buen día alguno de estos ancestros decidió plasmar en una pared aquello que veía, decidió narrar la cacería y la recolección de los frutos y las relaciones entre las tribus vecinas, pero renunció a la oralidad y apostó por la pintura, tomó plantas e insectos y aprovechó sus pigmentos, talló las superficies, hizo grabados, los “entintó” con la sangre de los crustáceos, con la clorofila de las hojas, con los minerales de la tierra y dejó así la memoria de las cavernas inscrita en la historia de todos nosotros.

Las pinturas rupestres llevaban consigo parte de realidad y parte de interpretación de la realidad, porque toda expresión humana añade a la realidad su perspectiva y con ella sus emociones, voliciones, pasiones, sueños, y miedos. De manera que las pinturas de las cavernas y barrancos, de los cañones y cuevas, de las rocas y suelos metamórficos no solo eran “retratos” de la realidad consciente del realizador, eran arte: la primera forma de arte pictórico de que se tenga registro.

Podemos deducir que el arte no se desarrolló en nuestra especie, no surgió después, no devino del intelecto humano. En cambio, el arte surgió con el ser humano, el arte es un rasgo de la especie, debería ser un carácter taxonómico del mismo, el Homo sapiens es la especie que siente y que expresa sus sentimientos a través del arte.

Con el paso del tiempo la pintura, como técnica, fue cambiando, el soporte para la expresión de este rasgo de la personalidad del ser humano, también: Madera, tela, papiros, lienzos con pieles de animales, más adelante hojas que se encuadernaban, muros completos, pequeñas vasijas, ornamentos, etc. Casi todo se convirtió en un soporte para la pintura y los pigmentos se diversificaron: oleos, acuarelas, tizas, grafitos, tintas, etc. Hasta que nos llegó la era digital y comenzamos a hacer arte también a través de una computadora.

El arte expresa una emoción y el diseño gráfico comunica información. Y, en muchos casos, el diseño es arte que comunica. Tal es el caso del trabajo que realiza Eduardo Picazo. En esta charla exploramos los retos de la comunicación visual, Eduardo realizó los pictogramas de las estaciones de la Red Urbana de Transporte Articulado de la Ciudad de Puebla, él narra el trabajo de interpretación de la realidad cercana a las estaciones como herramienta fundamental para imaginar cómo podrían ser estos símbolos que evocan lugares, situaciones o personajes históricos. Con el fin de dar a los usuarios la facilidad de identificar el sitio del que parten y al que llegan. Picazo es también diseñador gráfico de la BUAP y en fechas muy recientes elaboró el logo tipo de Ciudad Universitaria 2, otro reto de comunicación que logró mostrar la esencia del nuevo campus universitario con tan solo unos trazos.

De manera que Lalo Picazo, mi tocayazo, es un alfarero de la percepción, moldea la imaginación y la mezcla con la realidad para obtener la vasija de la información que comunica y da sentido, que explora las bases de la esencia de las cosas o de los locus, extrayendo la sustancia de aquello que dejará como impronta en la memoria colectiva de la sociedad.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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