Opinión

Mirar adentro

6 septiembre, 2024 8:01 pm
Eduardo Pineda

Recuerdo con una sonrisa las clases de química de la secundaria y las de ciencias naturales de la primaria, me enseñaban un concepto que me sigue pareciendo fascinante: el átomo. En ese entonces las palabras propias de las ciencias eran explicadas a través de su etimología, para esta en particular nos decía la profesora que provenía de dos vocablos griegos, “a” que se traduce como “sin” y “tomo” que se traduce como “división”. De manera que un átomo por concepto era aquello imposible de dividirse más, es decir, la cosa más pequeña que ya no se puede romper o fraccionar. Recuerdo que yo imaginaba a Leucipo y Demócrito, los dos pensadores griegos que según me contaban eran quienes habían acuñado el término, con un martillo en la mano triturando una piedra hasta pulverizarla y tomando entre las yemas de sus dedos, índice y pulgar, el granito de polvo más pequeño al mismo tiempo que se lo contaban al mundo diciendo algo así como: “He aquí el átomo, la partícula más pequeña, aquello que ya no se puede dividir más”.

Tal vez no pasó exactamente así, pero, aquellas clases de ciencias naturales y esas imaginaciones, me hacen pensar que la humanidad ha tenido el deseo y la necesidad de escudriñar en lo más pequeño de la materia, en lo inaccesible, saber qué hay dentro.

Conforme nuestra especie ha desarrollado conocimientos y habilidades técnicas, hemos podido ver cada vez más, por ejemplo, con el descubrimiento del uso de los rayos X pudimos ver los tejidos óseos sin necesidad de abrir piel y músculo, a partir de ese momento la ciencias médicas tomaron otro rumbo y cada vez las técnicas de radiología e imagen se perfeccionaron más y más, llegó también el ultrasonido que reconstruye imágenes mediante el rebote de ondas sonoras sobre tejidos blandos o la tomografía médica que obtiene una colección de “rebanadas” del órgano de interés; pudiendo ver, por ejemplo, el cerebro humano en decenas de secciones para conocerlo mejor, entenderlo, diagnosticar posibles patologías y proponer tratamientos.

La tomografía también tomó otros caminos y en la actualidad no tiene sólo aplicaciones en la ciencia médica, sino también en la industria. Las bondades que ofrece la posibilidad de ver dentro de objetos sólidos encontraron aplicaciones importantísimas, por ejemplo, en la industria automotriz y, en años recientes a través de la máxima casa de estudios en Puebla, las aplicaciones de la tomografía industrial se expanden hacia otras áreas como la antropología, la estomatología, la biología, el análisis de la composición de la talavera, la farmacología y la electrónica.

Todo empezó con una alianza entre Volkswagen de México y la BUAP, un tomógrafo industrial de grandes dimensiones estaba por llegar, la empresa automotriz requería de su uso para pruebas analíticas y la BUAP contaba con personal calificado para su operación. Así que, el equipo se dispuso en la universidad y sus usos se enfocaban en las necesidades de VW, pero, poco a poco la academia tuvo acceso a él y a la fecha se han realizado investigaciones científicas y tecnológicas, tesis de posgrado y se brinda servicio a la industria mediante las aplicaciones que los investigadores han derivado de él.

El doctor Jorge Cerna y la maestra Gabriela Esquina, son líderes en la investigación donde el tomógrafo industrial es un auxiliar en la obtención de datos. Ambos, poseen una extraordinaria sensibilidad y compromiso con la ciencia en nuestro país, ampliando el horizonte de posibilidades para la aplicación de esta tecnología en beneficio de proyectos universitarios y de la iniciativa privada. Ellos, no pierden la cualidad de imaginar y seguir preguntando, como se hacía de la Grecia antigua, qué hay dentro, cómo mirarlo y cómo contárselo al mundo.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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