Opinión

Datos históricos para no olvidar: Miguel Ángel Buonarroti

28 febrero, 2023 3:57 pm
Gabriela Hernández Huerta

“Las frivolidades del mundo me han robado el tiempo.

Esto me ha hecho reflexionar sobre Dios”.

Miguel Ángel

 

Miguel Ángel Buonarroti, fue un escultor, pintor, arquitecto y poeta italiano, que dejó impreso en el arte su gran temperamento. Es considerado uno de los más grandes artistas de la historia. Sus contemporáneos le llamaban el Divino. Figura culminante del Renacimiento, fue autor de numerosas obras, de las cuales actualmente se conservan entre 40 y 50 esculturas, 4 pinturas, varias decenas de dibujos y los frescos de la Capilla Sixtina y la Capilla Paulina.

Genio artístico por antonomasia, Miguel Ángel Buonarroti fue también un testigo privilegiado de su época. Su larga vida –vivió 89 años, de 1475 a 1564- coincidió con un periodo crucial de la historia de Europa. Eran los tiempos en que la fe católica se desmoronaba ante el ímpetu de la Reforma protestante (iniciada por Martín Lutero en 1517), tiempos en los que el astrónomo Copérnico revelaba la verdadera posición de la Tierra en un sistema heliocéntrico, en que los relatos de viajes y el descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492 generaban otra visión del universo, con nuevos lugares, razas y especies, mismas que harían cuestionar muchas verdades asentadas. Y de todo ello se hizo eco el arte de Miguel Ángel.

Miguel Ángel Buonarroti nació el 6 de marzo de 1475 en Caprese, una villa de la Toscana. La familia Buonarroti procedía de mercaderes y banqueros de Florencia. Su padre era un funcionario con una posición acomodada en la ciudad. Sin embargo, desde muy joven, Miguel Ángel se inclinó por la carrera artística, contra el deseo de sus padres. A los trece años, un amigo de la familia lo llevó al taller de Domenico Ghirlandaio, para que se iniciara en las diversas técnicas de la pintura, entre ellas la del fresco, que más tarde aplicaría con excepcional maestría en la Capilla Sixtina.

En 1489, un año después de ingresar en el taller de Ghirlandaio, Lorenzo de Médicis, gran mecenas de las artes, lo invitó a vivir y a formarse en su palacio. La corte de Lorenzo el Magnífico estaba compuesta por los más famosos poetas, filósofos y artistas de la época, y se convirtió para Miguel Ángel en su gran fuente de aprendizaje. En 1496 el artista viajó por primera vez a Roma, donde permaneció cinco años. La ciudad papal, en pleno pontificado de Alejandro VI, el fastuoso papa Borgia, se había convertido en un centro de atracción de artistas. Y para acreditar su talento, Miguel Ángel realizó su primera obra maestra, la Piedad del Vaticano.

En 1501 el artista regresó a su ciudad natal. Y en esa época Miguel Ángel se identificó plenamente con el orden republicano. Es entonces que Buonarroti expresó en sus obras un mayor compromiso político. Así, nada más al llegar a Florencia, precedido por la fama adquirida en Roma, recibió el encargo de una escultura que representara a David, el vencedor sobre Goliat.

En 1505, Miguel Ángel volvió a Roma. El papa Julio II le encomendó la realización de su sepulcro. Y por orden del mencionado papa, Miguel Ángel viajó a Bolonia, donde pasaría dos años. Sin embargo, un nuevo y colosal proyecto le fue asignado: la ejecución de los frescos de la Capilla Sixtina. Esta monumental obra iba a estar compuesta, en un principio, por una simple representación de los Apóstoles. Sin embargo, hasta octubre de 1512 Buonarroti estuvo consagrado a la realización de estos frescos, que están compuestos por más de 300 figuras. La apertura al público de la Capilla fue un verdadero acontecimiento. De inmediato la fama de su creación se difundió por toda Europa.

En 1513 subió al trono papal Juan de Médicis, hijo de Lorenzo el Magnífico. La familia de los Médicis había recuperado el poder en Florencia un año antes, y el papa León X quiso conmemorar ese éxito mediante una serie de grandes proyectos arquitectónicos que confió a Miguel Ángel. Desde 1519, Miguel Ángel trabajó en Florencia, en la fachada de la iglesia de San Lorenzo, las tumbas Mediceas y la biblioteca Laurenciana, pertenecientes al complejo de la misma iglesia.  El papa Clemente VII, antes de morir, encargó a Miguel Ángel la representación del Juicio Final para el muro de la Capilla Sixtina. En su faceta de arquitecto, se consagró a obras tan imponentes como la ampliación de la basílica de san Pedro y la realización de la Plaza del Campidoglio y la Porta Pía.

En sus últimos años, Miguel Ángel experimentó una profunda crisis espiritual y religiosa. Y una especie de arrepentimiento empezó a dominar al artista, el cual dejó de pensar que la belleza del cuerpo humano en el arte era una expresión de la Divinidad. Esta nueva sensibilidad se reflejó, sobre todo, en su escultura. Testimonio de ello son sus últimas obras, una serie de representaciones de la Piedad, tema que tendría para Miguel Ángel el significado de un réquiem. Así, en la dramática Piedad Rondanini los cuerpos de madre e hijo se funden en su agonía. Se dice que el escultor trabajó en esta obra hasta el día antes de morir.





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