Opinión

Magister Dixit: Lo dijo el Maestro

5 enero, 2024 8:00 pm
Eduardo Pineda

Los grandes maestros de la antigüedad coincidían en muchos de los saberes que rezaban frente a sus discípulos, pese a que pertenecían a culturas diferentes, a que hablaban lenguas diversas y a que ni siquiera eran contemporáneos; las enseñanza que versaban se cruzaban en el mismo camino cuando aseguraban -por ejemplo- que trastornar lo que se dice trastorna el pensamiento de quien lo dice, o cuando se referían al filósofo griego Aristóteles, quien permeó los saberes de prácticamente todas las culturas del mundo desde su metafísica, su naturalismo taxonómico, su moral y su ética que en el medioevo se transcribió por Santo Tomás de Aquino en forma de la Suma Teológica, el Catecismo de la Iglesia Católica o las afamadas Tesis Tomistas emanadas también de la Suma contra Gentiles. Al hablar de Aristóteles se decía: “Magister Dixit” -lo dijo el maestro- y sus enunciados eran axiomáticos, enarbolados como una verdad angular, como punto de partida de cualquier sistema de razonamientos lógicos.

Muchos necios aseguran que, en la así llamada Época Medieval, no paso nada en términos de intelectualidad y generación de conocimientos vanguardistas en técnicas, medicina o naturalismo. ¡Es un error! En los poco más de 900 años, desde la caída del imperio romano hasta las décadas previas al renacimiento, los intelectuales recluidos en las abadías atesoraron la filosofía griega, desarrollaron la poesía, la música, la astronomía, la herbolaría, la teología formal a la luz de la filosofía de Platón y Aristóteles (San Agustín y Santo Tomás, respectivamente), las matemáticas pitagóricas, la retórica y la arquitectura. Todo, traduciendo del griego al latín los biblos enciclopédicos, haciendo también la tarea copista para preservar y, en el futuro (renacimiento), transmitir en cascada a una sociedad ávida de saber y entender el universo circunvecino que sus sentidos percibían y su fe no les permitía comprender del todo.

El latín se convirtió así en el idioma más importante del mundo occidental y para desarrollar cualquier forma de conocimiento era menester conocerlo a fondo. Saber latín y griego era necesario y proveía a los individuos de estatus académico y sobre todo de la posibilidad de saber y emitir un juicio respecto a las diferentes formas de conocimiento que germinaban por toda la Europa que hoy se conoce como de habla romance, a saber: España, Francia, Portugal, Rumania, Italia y sus colonias que crecían en demasía.

Poco a poco cada región deformaba el latín y consolidaba una lengua propia, hasta que se consideró a éste como una lengua muerta o clásica. Sin embargo, había conceptos e ideas que difícilmente se podían representar en castellano, francés, italiano o en alguna otra lengua mediterránea y el latín seguía -y aún hoy sigue siendo- la forma más cercana de aproximarse a las palabras prístinas que proyectan la idea original, principalmente en filosofía, teología, ciencia, jurisprudencia y metafísica.

Algunas universidades en la actualidad enseñan latín como parte de su currícula, en los seminarios que disponen a sus pupilos al sacerdocio también, pero nada más. El resto de los estudiantes y la sociedad en su conjunto están impedidos a aprender latín, griego u otra lengua clásica. Sin embargo, existen hombres rebeldes que abanderan el hito de la formación completa arropados por la imperativa necesidad de enseñar la lengua de los filósofos que sentaron las bases de la moral, la ciencia y la religión de más medio planeta; hombres que insisten en instruir a los estudiantes a través de la semántica, sintaxis, gramática y prosodia de los teólogos y proto científicos que estratificaron los sistemas de pensamiento que hoy soportan la ciencia, la técnica, el arte e incluso la exploración del universo mismo.

La historia nos demuestra que en las lenguas clásicas hay un manantial inagotable de ideas que siguen vigentes -tal vez más vigentes que nunca- y es urgente revivirlas y darlas a manos llenas a las nuevas generaciones que peligran gravemente de desconocer hasta lo más elemental de su lengua madre. Los jóvenes están expuestos a los anglicismos, a las falsas abreviaturas de las muy mal llamadas redes sociales, a la pobreza del lenguaje y la suplantación de la palabra escrita por la pereza generalizada de las sociedades de consumo y la apatía de los educadores.

En nuestra metrópoli, un grupo (reducido en número, pero no en tesón y arrojo) de hombres y mujeres, resisten el embate de la modernidad y enseñan latín, griego, hebreo, arameo y otras lenguas clásicas salvaguardando la memoria de nuestra especie. Y, al frente de este proyecto llamado Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz está el maestro Juvenal Cruz Vega quien nos regaló minutos de luz al hablar de la riqueza y belleza que guardan las lenguas que gracias a ellos están más vivas que nunca.

Eduardo Pineda

eptribuna@gmail.com





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